Evangelio
Domingo XXXI Tiempo Ordinario

Escrito el 30/10/2022
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Autum Prelude

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


Con éste no se puede

“Aquí no hay nada que hacer”. Muchas veces esta terrible idea se ha metido en nuestra mente, cuando vemos una situación difícil, una tarea demasiado grande. Cuando uno vive desde la confianza en Dios aprende a confiar en la fuerza y la ternura del Padre y evita pensar que algo es imposible. No nos gusta decir esa frase.

Pero hay otra, otra que sí que se nos cuela con más frecuencia: “Con éste no se puede”. La frase que nos evita ocuparnos de personas que son demasiado difíciles, que se nos hacen pesadas. Y algunas veces quizás esas personas se han ganado a pulso que las dejemos de lado.

El personaje del evangelio de hoy, Zaqueo, quizás era una de esas personas. A los ojos de los discípulos de Jesús con Zaqueo no había nada que hacer. Seguir a Jesús es buscar un Reino nuevo y a Zaqueo le iba muy bien cobrando impuestos para el Reino de los romanos. ¡No merecía la pena intentar cambiarle!

Quizás no había nada que hacer con Zaqueo, porque pensaban que con la riqueza él lo tenía todo. Quizás ese no tener nada que hacer era fruto de una envidia porque Zaqueo era rico, y todos sabemos la envidia que eso provoca.

Decía el libro de la Sabiduría que Dios  no aborrece nada de lo que ha hecho, que su aliento incorruptible está en todas las criaturas , y eso incluye no solo la cosas difíciles sino también las personas difíciles. Dios sostiene todo con su aliento, con su ansia de recuperar todo para sí, sin resignarse a que algo quede perdido.

Y el método de Dios es muy simple: busca a cada uno en su pobreza, en su pérdida. Zaqueo sería rico, pero no se sentía parte del pueblo de Dios ni tampoco del pueblo romano. Necesitaba que Dios entrara en su casa igual que todos lo necesitamos. Aunque Zaqueo no lo sabía.

No va buscando a Jesús para que le salve como los leprosos o los ciegos, o para que le alimente como los pobres. Busca a Jesús quizás sólo por curiosidad. Y se sube a un árbol ¡que ridículo un bajito subido a un árbol.

Y Jesús le mira y ve lo que los demás no ven. Quizás otros se reirían, aprovecharían para burlarse del recaudador de impuestos. Y donde otros ven una oportunidad de hacer daño Jesús ve una oportunidad de rescatar un corazón corrompido por la riqueza. “Baja que es necesario que hoy me quede en tu casa”

Y entra en la casa. Pero Jesús no puede quedarse, sólo Zaqueo decide quién gobierna en su casa. Jesús va a buscarle y Zaqueo se deja encontrar y pone su riqueza al servicio de Jesús. Dar limosna y devolver lo robado. En la casa de Zaqueo comienza a señorear la justicia y la Caridad: la casa se llena de Reinado De Dios.

Estamos acostumbrados a envidiar a los ricos porque tienen vidas cómodas. Quizás podríamos hoy envidiar un poco a este rico que se hace siervo de Cristo, “Alaba al rico humilde, alaba al rico pobre” (San Agustin, Salmo 14). Y ya que nosotros pobres no somos, vivamos tan ricamente como Zaqueo.