Evangelio
II Domingo de adviento

Escrito el 04/12/2022
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Autum Prelude

Por aquellos días, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Este es el que anunció el Profeta Isaías diciendo:
«Voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
«¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».


Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos

 

Todo resulta novedoso y sorprendente en el relato que hoy nos encontramos: un personaje: Juan. Un lugar: el desierto. Algo distinto, original, que no nos puede dejar indiferentes.

  • En primer término, el personaje, Juan el Bautista, que viste de forma austera, con piel de camello, y se alimenta de saltamontes y miel silvestre.
  • Pero también el lugar: Juan no está en Jerusalén, como Isaías, ni tiene nada que ver con las altas esferas del templo. Lo suyo es el desierto, el lugar de la soledad, donde no hay nadie, donde no hay nada.
  • Y, por último, su mensaje: la llamada a la conversión.

Ciertamente, muchas personas acudieron a él. Eso es señal de que era un personaje que tenía credibilidad, es decir, resultaba convincente lo que decía y hacía. Y, posiblemente, pasaba como en los tiempos presentes: que muchos andaban necesitados de señales novedosas, insatisfechos con la realidad que les tocaba vivir y esperando algo nuevo, un cambio… lo que podían denominar la salvación de Dios.

Ese cambio consistía - o, mejor dicho, consiste, que no estamos nosotros tan lejos - en abandonar un estilo de vida que nos haga salir de la insatisfacción; en definitiva, es un deseo de “conversión” y una llamada a la “conversión”.

En los tiempos presentes, como seguramente también sucedía en los del Bautista, muchas personas no ven por ningún lado la necesidad de convertirse. Esto se aplica tanto a quienes viven de espaldas a la fe como, sobre todo, a quienes se consideran personas religiosas. Pero no por ello la necesidad deja de serlo.

Por tanto, este segundo domingo de Adviento es una clara invitación a convertirnos a Dios, es decir, a volver a Jesús, abrirle caminos en el mundo, en la Iglesia, en la vida religiosa, en los agustinos, en la realidad que cada cual vive.

Sabemos que no es una tarea sencilla ni inmediata, que necesitamos de todo un proceso para que la misericordia, el amor entrañable de Dios, se convierta en el centro de nuestra vida. Pero precisamente para eso tenemos el Adviento: un tiempo privilegiado, en proceso, para detenerse y reflexionar, para irnos al desierto saliendo de nuestras comodidades, de lo de siempre; para desprendernos como Juan Bautista de lo superfluo y redescubrir lo que quiere hoy Dios de mí.

Si miramos al mundo real que no rodea, somos consciente de que está muy necesitado de una buena noticia auténtica, noticia que hay que encontrar en la cercanía de Dios y su Evangelio. Por eso es urgente nuestra conversión:

  • Convertirnos es cuidar nuestra propia vida: no dejarnos arrastrar miserablemente por la existencia con cosas banales, con superficialidades, con rutinas que no llevan a ninguna parte.
  • Convertirnos es arraigar fuertemente nuestra vida a una experiencia profunda de Dios, el Dios de Jesús, el Dios más íntimo a nosotros que nosotros mismos. Y creer que podemos vivir con más profundidad.
  • Convertirnos es “tener cuidado” de los otros, es decir, desarrollar esa sensibilidad que nos ayude a percibir la situación de las personas y asumir, con sencillez, sus necesidades, sin pasar de largo.
  • Y convertirnos es, en definitiva, ir comprendiendo que nuestro corazón no nos engaña cuando nos asegura que podemos aguardar un futuro, más allá de nuestras miserias, un futuro en Dios.

Continuemos, pues, este camino del Adviento, tiempo entrañable y exigente a la vez, con el convencimiento de que la luz de la Navidad se irá abriendo paso en nuestras vidas. Feliz día del Señor.