Evangelio
Miércoles II Tiempo Ordinario

Escrito el 17/01/2024
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.

Entonces le dice al hombre que tenia la mano paralizada:
«Levántate y ponte ahí en medio».

Y a ellos les pregunta:
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».

Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
«Extiende la mano».

La extendió y su mano quedó restablecida.

En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.

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Cuando la ley se olvida de la persona

El descanso en esencial para cualquier ser vivo, también para los seres humanos. La tradición bíblica santifica esta realidad, marcando el séptimo día de la creación como aquel del descanso (cf. Gen 2, 2). Dios bendice el hecho de que los seres humanos descansemos después de nuestro trabajo, pues lo necesitamos para recuperar fuerzas; es una cuestión física, pero también de salud mental.

Ahora bien, que el descanso sea una necesidad y un derecho de la persona no significa que sea algo absoluto. El conflicto que aparece reflejado en el evangelio de hoy surge porque hay quienes toman la Ley de Dios de un modo literal: el sábado, día consagrado al descanso, no se puede trabajar. Así pues, si se pone en la balanza el bien de una persona frente al cumplimiento de la ley del sábado, ¿qué hay que hacer?

La dureza de corazón de aquellos que acechan a Jesús le duele a este enormemente, hasta el punto de indicarnos el evangelista que había en él una mirada de ira. Puede sorprender, pero la profunda humanidad de Jesús hace comprensible esa actitud irascible del Maestro. Pero, por otra parte, no le tiembla el pulso, por lo que pide a la persona que tiene la mano paralizada que la extienda, para poder ser curada de su dolencia.

El Evangelio no nos invita a un activismo sin límites; todos necesitamos parar de vez en cuando, descansar, tener un ocio saludable. Pero la caridad no tiene horarios; el auténtico cristiano lo es a todas horas y, ante la necesidad del hermano, no se puede andar midiendo si estamos en el día o la hora oportunos.

La fina sensibilidad de Jesús, siempre dispuesto a tender su mano a quien lo necesita, es un estímulo para nuestra vida personal. ¿Soy de los que están atado a normas, principios, modos de actuar… sin flexibilidad alguna? ¿O comprendo que la persona y su dignidad están por encima de cualquier otra consideración?