Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautix
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
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Tiempo de mirarnos más al corazón
Para poder dar los primeros pasos en esta Cuaresma, el evangelio nos presenta los tres grandes instrumentos a utilizar este tiempo: La oración, la limosna y el ayuno. Cuaresma es tiempo de orar, para pasar más tiempo con Dios y compartir con Él nuestros proyectos y nuestros temores. Es tiempo de ayunar, de aprender a decir que no a ciertas ambiciones para descubrir que algunas necesidades en realidad son algo innecesario. Es tiempo de ejercitar la limosna, de ser entregados, de dejar que nuestras manos se abran. Y así, orando nuestro corazón tiene más ganas de escuchar a Dios; nuestro ayuno hace que nuestro corazón descubra que realmente tiene hambre de Dios: con la limosna las manos van abriendo ese corazón que a veces se nos ha quedado algo anquilosado.
Porque la Cuaresma es un tiempo de mirarnos más al corazón para conocernos mejor. Es tiempo de descubrir nuestras debilidades, las virtudes que nos faltan y los lugares en los que las tentaciones son más intensas.
“También en las restantes épocas del año tiene que entregarse el cristiano con fervor a la oración, al ayuno y a la limosna. Pero este período debe estimular incluso a quienes de ordinario son perezosos al respecto. Y quienes ya se aplican con esmero a esas actividades deben realizarlas ahora con mayor ardor” (sermón 206).
Nuestro camino comienza con este gesto de la ceniza en la cabeza. Como si la corona de todos los esfuerzos de nuestra vida, de todas nuestras ambiciones, de nuestros robos y nuestras luchas humanas tantas veces acabase en polvo y ceniza. En cuaresma caminamos junto con Jesús, que se hizo pequeño y humilde por nosotros. Por eso la puerta de la cuaresma es la ceniza, el polvo, para que abramos también la puerta de la humildad y seamos esta cuaresma siervos de todos. Libres para compartir con nuestra limosna, liberados de nuestras adicciones por el ayuno, liberando el deseo en la oración.
“En efecto, la oración, ayudada con las alas de tales virtudes, levanta el vuelo y llega con más facilidad al cielo adonde nos precedió Cristo, nuestra paz”. (Serm 206)