Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
MĂşsica: A new day. Mixaund
Al anochecer de aquel dĂa, el primero de la semana, estaban los discĂpulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judĂos. Y en esto entrĂł JesĂşs, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discĂpulos se llenaron de alegrĂa al ver al Señor. JesĂşs repitiĂł:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, asĂ tambiĂ©n os envĂo yo».
Y, dicho esto, soplĂł sobre ellos y les dijo:
«Recibid el EspĂritu Santo; a quienes les perdonĂ©is los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino JesĂşs. Y los otros discĂpulos le decĂan:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho dĂas, estaban otra vez dentro los discĂpulos y Tomás con ellos. LlegĂł JesĂşs, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquà tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«Señor mĂo y Dios mĂo!».
JesĂşs le dijo:
«¿Porque me has visto has creĂdo? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo JesĂşs a la vista de los discĂpulos. Estos han sido escritos para que creáis que JesĂşs es el MesĂas, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Ver y creer
Ha pasado una semana segĂşn el evangelio de Juan que hemos escuchado. Durante esta semana los discĂpulos se dividen en dos grupos. Por un lado, están los que vieron a JesĂşs “el primer dĂa de la semana” y escucharon de Ă©l el envĂo a la misiĂłn. “recibid el EspĂritu Santo”, “ yo os envĂo”, “a quienes perdonĂ©is los pecados les quedan perdonados”. La resurrecciĂłn de JesĂşs tiene una conexiĂłn directa con la identidad del discĂpulo. La consecuencia directa de la resurrecciĂłn de JesĂşs es el envĂo de los discĂpulos a travĂ©s de la recepciĂłn del EspĂritu Santo, ¡el mismo dĂa primero al atardecer! Los discĂpulos del MesĂas crucificado se transforman en apĂłstoles de Cristo Resucitado.
Pero en el otro lado está Tomás, “el que no estaba con ellos”. Y con Tomás estamos en este segundo grupo todos los discĂpulos que hemos venido despuĂ©s y que no estábamos allĂ ese “primer dĂa”. Y Tomás, igual que todos nosotros, siente una carencia por no haber “visto” al Señor y las marcas de sus manos y costado. Y surge la sospecha de que la fe de quien ve es más firme y más segura que la fe de quien confiesa y declara pero nunca ha visto.
De hecho, Tomás va más allá. San AgustĂn, con un poco de ironĂa, dice que “Le parecĂa poco verlo con los ojos; querĂa creer con los dedos”. (serm. 145). Necesitaba que la fe pasara por los sentidos, por la experiencia personal, y no sĂłlo por el testimonio de la experiencia de otros. Quizás, como dice San AgustĂn, Tomas todavĂa está buscando al Señor en una cierta oscuridad, como dice el salmo 75, “con mis manos busquĂ© al Señor” por la angustia y la tristeza. Tomás “llevaba en su corazĂłn las tinieblas de la infidelidad” (Serm 375). Como si llevase una herida que le hace siempre sospechar, la herida de tantas decepciones, de tantas mentiras, que hace que nuestra capacidad de creer estĂ© tantas veces teñida de sospecha. Lo dices tĂş, pero a saber si es cierto.
Asà que a Tomás, Cristo le muestra sus heridas. Le muestra que llevar heridas no es impedimento para estar resucitado. Rompe ante Tomás la falsa creencia de que corazones heridos o vidas estropeadas no pueden recibir la resurrección. ¡Las heridas se convierten en cicatrices de guerra! Son signos de triunfo.
Tomás estaba allĂ, en ese segundo primer dĂa. Pero Âży nosotros? No estábamos el primer dĂa, ni estábamos a los ocho dĂas. En primer lugar, se nos llama dichosos “los que crean sin haber visto”, pero tambiĂ©n se nos enseña el camino para que nuestra fe nazca de una experiencia personal: El Cuerpo de Cristo. Porque todos nosotros experimentamos la pertenencia a este cuerpo que es la Iglesia y especialmente en el momento de la comuniĂłn sacramental. Todos nosotros vemos lo visible para poder confesar y declarar lo invisible. ”Esto proclamĂł Tomás: tocaba la carne e invocaba la Palabra, porque la Palabra se hizo carne y habitĂł entre nosotros” (Serm 145).