Texto: Jesús Baños, OSA
Música: A new day. Mixaund
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido; escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de los que habían visto.
Me hubiera gustado estar allí
Esta fiesta de la Transfiguración del Señor siembra en mi mente este pensamiento: “Me hubiera gustado estar allí”. Lo pienso porque, poniéndome en la piel de los tres discípulos, tuvo que ser una experiencia muy muy significativa para ellos. Seguro que estaban habituados a verse sorprendidos por Jesús, por sus palabras y acciones; pero esto fue, seguro, especial. No solo por lo espectacular que pudo ser ver al Señor transfigurado sino también porque aquella experiencia también tuvo que transformarles a ellos. Transformación en el sentido de fortalecimiento de la fe en Jesús como Hijo de Dios. No una comprensión total del misterio porque siguieron sin comprender muchas cosas… Pero, con certeza, un buen paso adelante.
Pero pensándolo un poco más, veo que esa experiencia pasa por la comunidad (eran cuatro y se sumaron Moisés y Elías), pasa por subir el monte con una meta, con lo que eso implica de sacrificio; pasa también por la escucha, el silencio y la contemplación. Y de todo eso yo puedo tener experiencia… Y así vivir esa transformación de fortalecimiento en la fe, de crecimiento en el discipulado.
La comunidad, el sacrificio, la escucha, el silencio y la contemplación me pueden llevar al encuentro con Jesús transfigurado; puede que con una gloria distinta a la del Monte Tabor, seguramente. Pero será la gloria del Jesús Hijo de Dios cotidiano, vivo en medio del mundo, en el corazón de tantas personas y en el rostro y las cicatrices de tantos necesitados.