Texto: José María Martín, OSA
Música: A new day. Mixaund
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Si corriges... Corrige con amor
La puesta en práctica de la corrección fraterna no sólo ha de ser posible, sino también es algo necesario y obligatorio en la vida del creyente. Jesús en el Evangelio nos da unas pistas sobre la manera de realizar la corrección mutua. Primero debes hablarlo personalmente con el hermano antes de que sea demasiado tarde y se extravíe definitivamente. Pero, ¿cómo hacerlo? No lo dice Jesús, pero se deduce de su mensaje: con amor y humildad. Si vas con aire superior, creyendo que tú eres perfecto en todo y sólo el otro es el que se equivoca, tu misión no tendrá éxito. Tu hermano lo tomará como una crítica negativa y no verá tu buena intención.
Hay que emplear también buena dosis de prudencia, es decir saber encontrar el momento oportuno para hacer la corrección. Si conoces de verdad a tu hermano sabrás también como va a reaccionar y qué tono tienes que emplear: enérgico, suave o firme, según los casos. Decía San Agustín: “si corriges, corrige con amor”. Jesús nos dice, además, que si no te hace caso a ti, solicita la ayuda de otro hermano para que sea más eficaz la corrección. Que el otro vea que lo haces porque le quieres, no porque te regodees en la crítica negativa. Hay que hacerlo con mucho tiento, pues hay cosas personales que no es necesario airear por ahí. Si no os hace caso a los dos, debes reunir la comunidad para que con, el consejo y la ayuda de todos, pueda recapacitar y recuperar la senda correcta. Es más fácil evadirse, decir “no es mi problema”, “allá él”, pero esto no es cristiano..... Es difícil llevar a cabo la corrección fraterna, pues también requiere humildad por parte del que recibe la corrección. Muchas veces el que corrige está expuesto a recibir la recriminación o el odio del otro. A la corrección fraterna yo la llamaría “corrección mutua”, porque todos somos perdonadores y perdonados.
Jesús nos anima a pedir. Esta es la eficacia de la oración. Ya en una ocasión nos dijo “Pedid y se os dará”. Ahora nos recuerda que si esa petición es en común tiene más fuerza. Es lo que hacemos en la Eucaristía cada domingo. La oración universal es llamada también “oración de los fieles”. Nos unimos a cada petición personal, asumiendo los problemas e inquietudes de todos nosotros y de la humanidad entera. ¡Qué bonito es cuando alguien pide por algo personal o familiar y todos juntos oramos por su intención! Al pedir nos comprometemos a colaborar para que eso que pedimos sea posible.
Jesús esté presente entre nosotros. Notamos de verdad la presencia de Jesucristo en medio de la comunidad cuando nos reunimos para orar en común. Él ha prometido que siempre estará en medio de nosotros cuando “dos o más se reúnen en su nombre”. Más de dos personas, un millón de jóvenes, se reunieron con el Papa León XIV en Roma hace dos semanas. Allí estaba presente Jesucristo, allí se palpaba la fuerza del Espíritu, que nos impulsa a auténtica revolución como nos dijo el Papa, la revolución que nace del amor a Cristo.