Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: A new day. Mixaund
En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
¿A quién invitas?
Hay cosas que no cambian, pasen los años que pasen, y el evangelio de este domingo refleja una situación que no ha cambiado desde los tiempos de los primeros cristianos. La imagen de un banquete no se refiere a una comida entre amigos, sino a esas reuniones sociales en las que se celebra algo importante, como puede ser la inauguración de un nuevo edificio, el agradecimiento por una promoción social, la entrega de un reconocimiento a alguna persona. En la cultura mediterránea todas estas situaciones reclaman una comida. Porque comer juntos es una forma de expresar que pertenecemos al mismo grupo, que somos los mismos. Y cuando se organiza un banquete en honor de alguien o de alguna circunstancia, se está diciendo que los que compartimos mesa compartimos también los honores.
¿Y a quién invitas? ¿A quién ponemos en primer lugar? Si recordamos la última vez que organizamos un banquete seguro que nos aparece una serie larga de invitados a los que nos sentíamos obligados a convocar. Como si el banquete fuera una forma de pagar deudas o favores. De hecho, en el imperio romano, el banquete era el lugar apropiado para entablar nuevas alianzas o acuerdos, igual que hoy nos sucede cuando buscamos nuevos clientes.
No busquéis los primeros puestos. La advertencia de hoy levanta la pregunta de por qué busco el primer puesto, por qué necesito que me reconozcan como importante, que otros se sientan en deuda de gratitud conmigo. Y me doy cuenta de que el primer puesto me provoca la sensación de ser alguien, de ser significativo para otros, de ser querido. Y es una sensación engañosa. La Soberbia, el situarme por delante o por encima de otros me confunde. Me hace creer que el puesto en la fila es afecto y que ser honrado significa ser apreciado. Cuando al final todos sabemos que si me colocan en primer puesto es para poder utilizarme mejor, para que me sienta en deuda y me vea obligado a actuar con bondad y gratuidad hacia mi anfitrión. Al final el primer puesto es la moneda de cambio por respeto y afecto.
Por eso el último puesto disipa este engaño. Por eso honrar a los pobres y mendigos, al emigrante que no puede favorecer me socialmente hace desaparecer la ilusión de la Soberbia, que disfraza el interés personal de afecto gratuito. El último puesto desvela la gratitud por sentirme invitado, y no por sentirme importante. El último puesto hace aparecer la verdadera raíz del afecto: la Gratuidad.
Así nos sienta Dios a la mesa hoy, en primera fila, entre los Doce en la última Cena. Nos pone en primer puesto, aunque no podemos aportarle nada. Y así, en la mesa de la eucaristía, queda patente la Gratuidad de Dios, la Gracia, la categoría de su Amor.
Cuando hoy te sientes a la mesa, trata de manera principal a quien menos puede devolverte, hónrale por quien tú eres, no por quién el sea, como anfitrión que acoger y no como mercader que comercia. Así serás un anfitrión a la medida de Dios. A la medida de la Gratuidad, a la medida de la Gracia.