Texto: Clara de Mingo
Música: Acousticguitar
Influencers
Podríamos decir que mi generación fue de las primeras que sacaron a relucir aquella “profesión” que a día de hoy tiene hasta su propio máster: los influencers. Los reyes de las redes, que comparten cualquier tipo de contenido con el mundo a cambio de unos cuantos likes de sus seguidores. El contenido que publican es casi ilimitado en cuanto a forma, público y temática. Por supuesto que para gustos, los colores, pero no voy a negar que algunas cuentas resultan realmente atractivas y bueno, a quién no le ha pasado que ha entrado un momento en Instagram y después de un reel viene otro, entrando en un bucle del que cuesta salir a veces.
La ya olvidada pandemia nos hizo descubrir que cualquiera puede ser un influencer: los vecinos que jugaban al pádel por la ventana, un jugador de videojuegos o una abuela con sus nietas viendo su serie favorita. Con ello, pudimos ver que no son necesarias unas cualidades sobrehumanas, sino que cualquiera, hasta un perseguidor de cristianos puede acabar siendo uno de los grandes santos.
En la primera lectura de hoy, San Pablo ya lo dice: “A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo”. Y vaya que si se movió desde su conversión. Como buen influencer, fue por el Mediterráneo llevando el mensaje, el contenido que quería compartir, haciendo aquello que la gracia de Dios le impulsaba a hacer. Romanos, corintios, gálatas, efesios, filipenses, y tantos otros pueblos fueron testigos del mensaje de amor que Jesucristo fue sembrando en los corazones de los apóstoles, y San Pablo en este caso. Teniendo en cuenta las limitaciones que había en esa época, ¿qué habría sido del cristianismo si hubieran existido las redes sociales? ¿Qué habría hecho san Pablo con una cuenta de Instagram?
Realmente, antes no dije la verdad del todo. Quizás no hacen falta poderes sobrehumanos, pero sí es necesaria una sola cosa: estar preparados. Como dice el Evangelio de hoy, “comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Sed pacientes, esperad, quizás ahora no entendáis lo que Dios os pide, pero todo llegará a su tiempo. Por otra parte, al final del Evangelio vemos un mensaje que quizás pueda parecer exigente, demasiado incluso, pero si lo analizamos, no se trata de algo ilógico. “Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá”. Probablemente nos veamos como gente normal, y es que los cristianos no dejamos de ser corrientes, pero tenemos unos dones que Dios nos ha dado y por los cuales nos exigirá a su debido tiempo. Y la clave es sencilla, solo tenemos que ser personas coherentes, responsables con aquello que hemos recibido.
Señor, abre nuestros corazones a descubrir lo que Dios has plantado en nuestros corazones, para que llenemos el mundo de esperanza. Que como San Pablo, San Agustín y tantos otros santos nos convirtamos en verdaderos influencers del amor que se da sin medida, el que se entrega hasta el extremo.