Evangelio
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Escrito el 07/09/2025
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: A new day. Mixaund

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».


 

La Palabra de Dios que acabamos de leer nos resulta en un primer momento desconcertante, tanto por la radicalidad de su contenido como por algunas aparentes contradicciones que presenta.

Jesús nos plantea las implicaciones que conlleva el hacerse discípulos suyos, asumiendo así nuestra condición de cristianos. La mayor parte de los que formamos parte de la Iglesia lo somos porque un día otras personas decidieron bautizarnos, por lo que no se trató de una decisión libre. Pero cuando llega el momento de dar un paso delante de forma consciente y madura, debemos tener claras las repercusiones de esta decisión. Podríamos decir que Jesús pone tres grandes condiciones en este pasaje evangélico para ser discípulos suyos.

La primera es posponer a familiares e incluso a uno mismo por Él. En un primer momento nos puede parecer cruel e injusto, pero yendo más al fondo lo que se nos indica es que hay que establecer prioridades, y la fe supone saber qué es lo primero, sin que esto suponga ningún desprecio hacia nuestros seres queridos, tan importantes en la propia existencia.

La segunda condición es la aceptación de la cruz. Vivir como creyente no es darse a la vida fácil; el conflicto e incluso el desprecio y la persecución por causa del Evangelio son posibilidades que están ahí y que deben ser asumidas. No se trata de sacrificarnos sin sentido, sino de tener claro que vivir de un modo radical puede conllevar en muchos casos la falta de aceptación social.

La tercera, que parece entrar en contradicción con las anteriores, es la de sentarse a calcular. Ser cristiano conlleva una cierta dosis de osadía, de valentía, y parecería que con esta última condición se toma una actitud más conservadora. No se trata de eso, sino de pensar muy bien y valorar, para no decidir en falso. Ser cristiano no es algo que se pueda hacer por costumbre o tradición, sino que exige valorar el compromiso que conlleva y asumir todo lo que trae consigo. Jesús quiere que sus discípulos sepan dónde se meten, para que no vivan de una forma atolondrada y superflua. Solamente así viviremos con lucidez y radicalidad, es decir, desde la raíz de las cosas y de nosotros mismos.

En última instancia, el seguimiento de Jesucristo supone apostar por vivir con Dios, es decir, vivir de ese amor incondicional que Dios nos tiene y que nos mueve a amar como Él nos ama. En el corazón de un cristiano, Dios debe ser el centro y todo lo demás, por muy importante que sea, es secundario. Y esto no es una imposición, sino que nace de la correspondencia al amor recibido de parte de Dios. Respondiendo a ese amor podremos vivir desde la radicalidad que se nos pide, decidiendo de forma consciente, aceptando renuncias y complicándonos la vida por Jesús y su Evangelio.

¡Feliz día del Señor!