EL DON de la “educación oculta”

Publicado el 01/07/2025
Agustinos


Texto: Agustín Alcalde, OSA
Música: Besoundcute

Hay un libro en librerías y “playas de lectura” que habla de la “España vacía” titulado “La España vacía. Viaje por un país que nunca fue” de Sergio del Molino, Ed. Turner, 2016, con más de once reimpresiones y 292 páginas.

Se me antoja, leyendo sus páginas, imaginarme algo parecido con la “educación” que puede ser también “vacía” por no decir oculta o ignorada.

¿De qué educación estoy hablando?

                       EDUCAR es un arte, “la más delicada y fina de las bellas artes”. Educar no es llevar de la mano a alguien hacia una verdad -ducere- sino sacar a flote -educere- la verdad que se oculta en ese ser humano.

            Es un arte que tiene por nombre “educación” que incluye la instrucción, el aprendizaje, la cultura y la pericia para “dar algo más” que conocimientos, técnicas, destrezas y, tal vez, una “enseñanza” que sólo pueden ofrecer los maestros.  Maestros de verdad, si consiguen no intentar domesticar a sus alumnos ya que “nadie que obra por fuerza obra bien, aunque sea bueno lo que hace” dice Agustín en sus Confesiones[1].

            Tampoco es educación una pedagogía que sólo intenta prevenir errores o vivir “al dictado” sobre lo que se ha de pensar, sentir y hacer, sino aquella pedagogía que consigue desplegar los valores latentes en el alumno, estimulando en él el sentido de lo bueno, ayudándole a encender su luz interior para que él descubra su propia verdad; pedagogía que permite al alumno hacer elecciones personales, suscitando su creatividad. Ya que educar es enseñar “a pensar” y no tanto “a qué pensar”[2].

           —-El don en la pedagogía agustiniana.

            El concepto del DON, tratado filosóficamente con gran profundidad por Carlos Diaz[3] y presentado admirablemente por Paulo Coelho en “O Dom Supremo[4] que es una traducción y adaptación libre de un sermón de Henry Drummond (1851-1890): “El Don Supremo (la cosa más grande en el mundo)” que fue publicado por primera vez en 1890 y ha sido traducido a diversas lenguas con más de cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y es considerado -junto con la Imitación de Cristo, del Kempis, y las Confesiones de Agustín- como uno de los libros clásicos. El meollo del texto o sermón es sobre un trozo de la carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 13, 1-13) que le llevó a hablar del Amor Supremo como el verdadero sentido de la vida, algo que él no sólo predicó sino que lo vivió como misionero en África e incluso educador en Europa, murió a las 43 años.

            El concepto de “Don”, que viene a traducirse por “Gracia”, en la versión agustiniana, tan querida y vivida por Agustín que le ha llevado a ser el “maestro de la gracia”, del DON o del Amor, si preferimos. La representación de Agustín con un corazón en la mano es el signo visible que se presenta en la mayoría de sus imágenes pero, sobre todo, la expresión gráfica de una vivencia que le acompañó toda su vida. La Virgen María, como Ntra. Sra. de Gracia, es una advocación muy valorada por los agustinos.

            De manera casi inconsciente los agustinos educamos desde el servicio de hacer que el hombre “sea cada día más humano[5]. Siguiendo el ejemplo de Agustín educamos en términos existenciales para:

            -vivir sabiamente y no agobiados por el aprendizaje y la eficacia o el éxito.

            -vivir desde y con la verdad, y no con un montón de conocimientos.

            -vivir la unidad de sentido, y no adictos a las prácticas religiosas sin él.

            -vivir afectuosamente y no alimentados de intereses egoístas.

            -vivir con alegría y dicha y no con desmedido placer.

            -vivir en la plenitud y no en lo intrascendente.

            ¡Buenos días!

 

[1] El texto citado es de Agustín, Confesiones, I,12,19

[2] Cfr. Tarsicio Jañez, Miguel del Valle y Jesús Cano, San Agustín desde la filosofía de la amistad, Ed. Colegio el Paraiso, Caracas, 1998, pp. 15-29.

[3] Carlos Díaz, La persona como don, Ed. Desclée de Brouwer, S.A., 2001, 280 páginas.

[4] Paulo Coelho, O DOM SUPREMO (adaptaçao de Paulo Coelho), Ed. Rocco, Rio de Janeiro, 2001.

[5] De Doctrina Christiana, XI, 12 de Agustín