Texto: P. Miguel A. Herrero Gómez., OSA
Música: Amazing grace (bendito amor) - Kesia
Buenos días.
Hace unos años, entré a una farmacia buscando algo para el resfriado. Iba con la voz hecha polvo, los ojos llorosos y esa cara que anuncia sin palabras: “no estoy para hablar con nadie”. Me acerqué al mostrador y apenas saludé al farmacéutico que me miró y me dijo: —“Tú lo que necesitas es un antigripal, tres días de cama y que te dejen en paz.” Me reí con la poca energía que tenía. No solo acertó con el diagnóstico, sino que me regaló algo que no venía en ningún prospecto: comprensión.
Los farmacéuticos tienen ese “don”. Son como los psicólogos de guardia, los médicos sin bata, los confidentes de pasillo. Están ahí, en cada barrio, en cada pueblo, atendiendo a cientos de personas cada día, muchas veces sin que nadie se detenga a pensar en lo esencial que es su labor.
Hoy, 25 de septiembre, se celebra el Día Mundial del Farmacéutico. Y es un buen momento para mirar más allá de lo evidente. Para reconocer a quienes cuidan de nosotros sin pedir reconocimiento. Como los farmacéuticos y tantos otros, que están ahí, discretos pero esenciales, con dedicación silenciosa.
En un mundo que premia lo visible, lo inmediato y lo espectacular, es fácil olvidar que lo esencial muchas veces ocurre en silencio. Vivimos rodeados de pantallas que aplauden lo que brilla, lo que se comparte, lo que acumula “me gusta”. Se valora lo que se ve, lo que se mide, lo que se puede mostrar. Pero la vida verdadera —la que sostiene, la que transforma, la que cura— muchas veces no hace ruido. Lo esencial no siempre lleva focos ni titulares. Por eso, detenernos a reconocer lo invisible es un acto de justicia. Porque lo que no se ve, muchas veces es lo que más sostiene.
Y tú… ¿has pensado qué papel juegas en la vida de otros sin que ellos lo sepan?
Tal vez esa palabra que dijiste sin pensar, esa sonrisa que ofreciste sin esperar nada, o simplemente tu presencia constante, sea el hilo invisible que sostiene a alguien en sus días más grises.
Porque el impacto más profundo no siempre se anuncia. No lleva etiquetas ni necesita testigos. A veces, basta con estar. Con cuidar. Con acompañar.
Hoy, quiero celebrar lo invisible. Lo que no se ve, pero transforma. Lo que no se dice, pero sostiene. Lo que no se reconoce, pero importa. Ya lo decía san Agustín, “lo verdaderamente grande no siempre se ve, pero se siente en el corazón.”
Y si pasas por una farmacia hoy, no olvides regalarles una sonrisa. Ellos ya te han regalado muchas.
¡Buenos días!