Esta esperanza puede ser vista también en términos de deseo. El mundo de los deseos y de las aspiraciones legítimas es muy importante en la vida y en el pensamiento de Agustín, aunque también los deseos han de estar ordenados y bien dirigidos: “La pasión y la resurrección del Señor nos muestran dos vidas: una, la que soportamos, y otra, la que deseamos. Quien se dignó soportar la primera en beneficio nuestro, tiene poder para otorgarnos la segunda. De esta forma nos mostró lo mucho que nos ama y quiso que confiáramos en que nos concedería sus propios bienes, puesto que quiso tener parte a nuestro lado en nuestros males... Nuestra región es esta tierra; la región de los ángeles, el cielo. Nuestro Señor vino a esta región desde aquélla; vino a la región de la muerte desde la región de la vida; a la región de la fatiga, desde la región de la felicidad. Vino a traernos sus bienes y soportó pacientemente nuestros males. Traía sus bienes ocultamente y soportaba abiertamente nuestros males” (Sermón 229 E, 1).
Alimentar y fortalecer la esperanza es la gran labor que tiene que hacer el creyente, ya que, sin la fe en la resurrección, la doctrina cristiana se desinfla y pierde fuerza: “Nuestra esperanza no es otra que la resurrección de los muertos, y también nuestra fe... Eliminada la fe en la resurrección de los muertos, se derrumba toda la doctrina cristiana. En cambio, bien cimentada la fe en ella, la seguridad no se produce automáticamente para el alma cristiana si no se distingue la vida futura de ésta, que pasa. En consecuencia, hay que plantear el problema del siguiente modo: si los muertos no resucitan, ninguna esperanza nos queda de vida futura; si, en cambio, resucitan, habrá ciertamente vida futura. Pero la segunda cuestión se refiere a cómo será esa vida. Así, pues, la primera discusión se centra sobre si habrá resurrección de los muertos; la segunda, sobre cuál será la vida de los santos después de la resurrección” (Sermón 361, 2).
¿Dónde nace el desánimo? ¿Por qué la desesperanza? Posiblemente por ser fabricantes de ídolos, que olvidan que el futuro tiene nombre: Dios, paraíso, nueva creación, resurrección. Siempre será bueno que nos preguntemos ¿qué esperamos? ¿A quién esperamos? Asó podremos dar nombre a nuestro paganismo y a nuestros falsos dioses. Tú eres la esperanza de Dios. Dios es tu esperanza. Deja que en ti viva la esperanza, que tome posesión de su sede, deja que nazca Dios en ti: “Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde... Porque también entonces descansarás en nosotros, del mismo modo que ahora actúas en nosotros; y así será aquel descanso tuyo por nosotros, como ahora son estas obras tuyas por nosotros. Tú, Señor, siempre actúas y siempre descansas… Nosotros, en un tiempo, nos hemos sentido movidos a obrar el bien, después que nuestro corazón concibió de tu Espíritu; pero en tiempo anterior fuimos movidos a obrar mal, abandonándote a ti; tú, en cambio, Dios, uno y bueno, nunca has cesado de hacer bien. Algunas de nuestras obras, por gracia tuya, son buenas; pero no sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu grande santificación... A ti es a quien se debe pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así, así se recibirá, así se encontrará, así se abrirá. Amén (Confesiones 13, 35, 50-38, 53).
Frente a lo que el cristiano espera: un cielo nuevo y una tierra nueva, un porvenir invisible, fiado sólo de la Palabra de Dios; frente a esto, siempre ha habido una especie de menosprecio por parte de los ambientes paganos: “Te desprecian porque esperas lo que no ves y te desprecia aquel que se precia de gozar lo que ve” (Comentario al salmo 122, 8). El cristiano tiene que ser esa persona a quien le basta sólo Dios, porque su esperanza no puede contentar con la búsqueda de una felicidad terrena: “Aprended y retened -dice Agustín a los paganos- cuál es la esperanza de los cristianos y por qué somos cristianos. No lo somos para buscar una felicidad terrena, que no falta con frecuencia a los ladrones y a los criminales. Somos cristianos para otra felicidad que recibiremos cuando haya pasado totalmente el tiempo de la peregrinación” (Comentario al salmo 62, 6).
Santiago Sierra, OSA