Vuelta al colegio para iniciar una nueva etapa de vida. Necesitamos recuperar el significado de alguna palabra que se ha ido desfigurando con el tiempo. Por ejemplo, la palabra colegio que proviene del latín "collegium", “asociación de colegas”, y que a su vez se deriva del verbo "colligere", que significa “reunir”. Por lo tanto, colegio sería un grupo de personas que se reúnen para trabajar juntas con un propósito común.
La etimología de "comunidad" proviene del latín "communis", que se refiere al grupo de personas que comparten características o intereses comunes. Colegio y comunidad, por tanto, tienen una gran relación. De hecho, el colegio es una comunidad o conjunto de personas con el objetivo de formar integralmente a las personas.
La comunidad-colegio es institución colaboradora de la comunidad-familia. Esta es una comunidad fundamental de la sociedad porque ofrece a sus miembros sustento y protección; apoyo emocional donde descubrir y establecer la propia identidad individual; aprendizaje y socialización; transmisión de valores y tradiciones de generación en generación. Por todo esto, Dios ha querido que recibiésemos la vida no en soledad, sino en comunidad: “Dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a darle una ayuda adecuada.” (Gn 2,18)
La comunidad viene pues definida por el objetivo común. El ser humano ejerce su verdadera libertad cuando elige una buena meta de vida y se integra en la comunidad que le ayude a realizar esa tarea. No es el individualismo sin compromiso lo que le hace más humano ni más libre.
Agustín descubre esta verdad después de muchos tropiezos en el camino de su vida. Reconoce que la felicidad sólo se alcanza eligiendo una meta verdadera y una comunidad que le acompañe en el camino. Así toma su decisión de dedicar su vida la búsqueda de Dios y se une a la Iglesia Católica.
En la Regla que dicta para aquellos que desean convivir con él en comunión de vida dice: “En primer término —ya que con este fin os habéis congregado en comunidad—, vivid en la casa unánimes y tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.” (Regla I, 2). Para Agustín no es suficiente vivir juntos, lo fundamental de la comunidad es compartir la misma meta: tener el “corazón orientado hacia Dios”. Ya de obispo, en la predicación a su pueblo les expone el fundamento de la vida común: “Según mi capacidad, en la medida en que se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a unos hombres como somos todavía nosotros, se nos muestra en el Padre el ser origen, en el Hijo el nacimiento, en el Espíritu santo la comunión del Padre y del Hijo, y en los tres la igualdad. Por tanto, el Padre y el Hijo han querido que, mediante lo que les es común, nosotros entremos en comunión entre nosotros y con ellos, y que, por ese único don que poseen ambos, esto es, por el Espíritu santo, Dios y don de Dios, nos constituyamos en unidad, pues en él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. En efecto, ¿de qué nos serviría conocer algún bien si no lo amáramos? Por otra parte, igual que aprendemos mediante la verdad, así amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido.” (Sermón 71, 18).
Para construir la comunidad debemos ser acogedores. No solo del Espíritu Santo, sino también de nuestros semejantes. Estos son los sabios consejos de Agustín enseña para la construcción de una comunidad acogedora signo de su fundamento cristiano: “No debemos repudiar la amistad de nadie que se interfiere para anudar una verdadera amistad; no para aceptarlo inmediatamente, sino para que se haga querer quien ha de ser recibido y sea tratado de modo que pueda ser recibido. Porque nosotros podemos llamar amigo a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos. Y si alguno no se atreve a hacerse amigo nuestro, porque se siente cohibido por algún honor o dignidad nuestra del siglo, hay que abajarse hasta él y ofrecerle con afabilidad y deferencia lo que él no se atreve a pedir por sí mismo. Es cierto, aunque más raro, que a veces conocemos antes los defectos que las buenas cualidades de aquel a quien queremos admitir a nuestra amistad, por lo que, disgustados y como dolidos, lo dejamos, sin llegar a indagar en sus buenas cualidades que tal vez estén más ocultas. Es por lo que el Señor Jesucristo, que nos quiere imitadores suyos, nos amonesta que toleremos sus debilidades para conseguir llegar por medio de la caridad comprensiva hasta las buenas cualidades donde podamos descansar complacidos. En efecto, dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Así pues, si por amor de Cristo no debemos rechazar de corazón ni aun a aquel que está enfermo desde cualquier punto de vista, porque puede ser sanado por el Verbo de Dios, cuánto menos al que nos puede parecer un enfermo total por la chica razón de que hemos sido incapaces de soportar en los comienzos de la amistad algunos defectos suyos, y, lo que es más grave aún, nos hemos atrevido con desprecio a hacer juicios temerarios prejuzgando a toda la persona sin temor a la palabra de la Escritura: No juzguéis y no seréis juzgados, y: En la medida con que juzguéis, con la misma medida seréis juzgados. Otras veces, en cambio, aparecen primero las buenas cualidades. Entonces es necesario también evitar el juicio temerario por benevolencia, no vaya a ser que, después de haberlo supuesto todo bueno, vayan apareciendo esos defectos que luego resultan males, te encuentren seguro y poco preparado, y te ofendan tan gravemente que a quien habías amado temerariamente llegues a odiarlo implacablemente, lo cual es pecado. Porque incluso cuando no haya precedido ninguna buena cualidad, y ésta, que resulta luego que se va descubriendo que es mala, se manifiesta al principio, es necesario tolerarlo, hasta que apliques con él todos los remedios con que suelen curarse males parecidos. ¿Cuánto más cuando se han manifestado primeramente aquellas buenas cualidades que como garantía nos deben contener para tolerar los defectos que vayan apareciendo?
Esta es la ley de Cristo: que nosotros llevemos nuestras cargas mutuamente. Pues amando a Cristo, soportamos fácilmente la debilidad del prójimo, a quien no amamos todavía por sus cualidades buenas. Porque pensamos que el Señor murió por aquel a quien amamos. Caridad que el Apóstol nos ha inculcado cuando dice: Y por tu ciencia parecerá débil un hermano por quien Cristo murió. Que si nosotros amamos menos a ese débil a causa del defecto por el cual es débil, veamos en él a Aquel que ha muerto por él. Pues no amar a Cristo no es una enfermedad, sino que es la muerte. En consecuencia, debemos vigilar con todo cuidado e implorar la misericordia de Dios para no perder de vista a Cristo a causa de un prójimo débil, cuando nosotros debemos amar al prójimo débil por Cristo.” (Ochenta y tres cuestiones diversas 71, 6-7).
Seamos conscientes de nuestra meta y acojamos a todos para que sean nuestros hermanos en Cristo. Feliz curso escolara todos.
P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.