Música: Rennaisance auidonautix
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Claras las palabras de Jesús hoy. Dos exigencias fuertes, muy fuertes, y la invitación a un necesario cálculo; un necesario discernimiento.
Esto y otras muchas cosas que van apareciendo en el evangelio es lo que implica seguir a Jesús. Ser discípulo de Jesús. Poner nuestros pies en sus huellas, orientar nuestras vidas tras sus pasos es una opción “absorbente” que toca y transforma todos los aspectos de nuestra vida. En clave agustiniana diríamos que el seguimiento de Jesús ordena nuestros amores, poniendo en primer lugar lo que hay que amar primero y después, no lo que no hay que amar, sino lo que hay que amar menos en relación con lo primero. En ese sentido estos segundos amores son pospuestos en relación con el primero: posponer padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas. Posponerse a sí mismo. No es vivible el evangelio de la mano de Jesús, ser su discípulo, si no es Él el que va delante, marcando el camino y nosotros detrás. Todo lo demás también está, pero pospuesto, en su lugar… En el orden que le corresponde.
Es una exigencia muy fuerte, porque junto a esos amores se posponen otros muchos que serían terceros, cuartos, quintos… en ese orden del amor que resulta de responder “sí” a la llamada que Jesús nos hace a ser sus discípulos. Es una cruz que se carga en pos de Jesús, caminando con él, detrás de Él… No para ir a cualquier otro lugar o detrás de cualquier otra cosa. No lo valdría. No tendría mucho sentido…
Por eso la decisión libre de ser discípulo exige también ese cálculo, ese discernimiento, … al estilo del constructor y del rey en la batalla. Exige conocernos y conocer la propuesta de Jesús… No es un tema de cabeza, es un tema de la persona entera. Es un cálculo, un discernimiento guiado por el Espíritu Santo. Eso nos llena de confianza. Y el mismo Jesús es nuestra luz para poder hacer el discernimiento, asegurándonos también su fuerza y su gracia. Es una construcción y una batalla que merecen la pena. Aunque nos veamos muy débiles. ¿No crees?