Domingo II. Tiempo Ordinario

Escrito el 16/01/2022
Agustinos


Texto: José María Martín, OSA
Música: Reinnasance audionautix

 

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.


En Caná de Galilea realizó Jesús su primer signo. Participa en una boda, en la que también está invitada su madre. Jesús es partícipe de las alegrías humanas. El evangelio según San Juan presenta este relato con un gran contenido simbólico. En efecto, en esta boda no se dice quién es la novia. En realidad, se trata del pueblo de Dios. Ahora bien, tampoco se dice quién es el novio, apenas si se le menciona cuando el mayordomo le dice: "Tú has guardado el vino mejor hasta ahora". Pero, ¿quién es el que ha guardado el vino mejor hasta ahora? Si la novia es la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, ¿quién es el novio? Si recordamos los pasajes del Antiguo Testamento, en concreto la primera lectura de Isaías de este domingo, parece que se trata de Dios: "como un joven se casa con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.

Se acabó el vino, pero María sabe estar atenta -mira por encima de su plato- y cae en la cuenta de una carencia; quiere evitar la vergüenza y el bochorno de estos jóvenes esposos. Por eso acude a su Hijo y le presenta discretamente la situación. Le indica que no tienen vino. María quiere remediar este fallo y pone los sirvientes a disposición de Jesús: “Haced lo que Él os diga”. Y Jesús hace un prodigio admirable: cambia el agua en vino. Las 6 tinajas de piedra, que servían para las purificaciones de los judíos, van a permitir que en ellas aparezca el vino nuevo y bueno. La ley antigua no salva, lo que salva es la presencia y la bendición de Jesús. En total son seiscientos litros de vino los que bullen sabrosos y espumantes en aquellas tinajas de piedra. Cana no significa sólo la realización de un prodigio, sino el cumplimiento de un “signo”.

          La antigua alianza, simbolizada en las 6 tinajas de piedra estáticas y vacías, va a dejar paso a la salvación que trae Jesús en persona. La piedra recuerda las tablas de la ley y el 6 es número imperfecto. Lo que quiere decirnos el evangelista Juan es que Jesús es el vino nuevo que da vida al mundo, no la ley con sus limitaciones. El vino es una de las imágenes con las que el Antiguo Testamento expresaba el gozo de los últimos tiempos. La alegría en persona, que es Cristo, se acerca a nosotros gracias a la sencilla presencia de María, para regalar a la humanidad el don de una alegría que ya nunca se va a acabar. Cristo está con nosotros, María lo ha traído. Ya nada ni nadie será capaz de arrebatar esta alegría del corazón de los discípulos. Por eso, todos nosotros contamos en nuestra vida con la intercesión de la Virgen. El evangelista Juan ha visto en estas palabras de la Virgen no sólo la referencia concreta a aquella circunstancia coyuntural de Cana, en donde faltaba el vino, sino el lamentable estado en que se halla el mundo, que no tiene absolutamente vino. No tiene la presencia de Cristo, quien constituye la causa de la alegría, el único capaz de cambiar el agua en vino. Nuestro mundo carece por completo de la verdadera alegría, vive en la tristeza y vegeta en el desconsuelo causado por la pandemia. Como en las Bodas de Caná, María también hoy está atenta a las necesidades de sus hijos y nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Que también nosotros, como María, estemos atentos a las necesidades de nuestros hermanos y que bebamos el vino nuevo del amor que nos trae Jesús mismo.