Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Reinnasance audionautix
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».
Cuando Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios nos está invitando a vivir la vida desde unas nuevas “reglas”. Nuestra sociedad se ha construido marcando límites para que nuestro egoísmo y nuestra ambición no invadan el espacio de nuestros vecinos. No toleramos que alguien se aproveche de nosotros o que abuse de alguien.
Pero Jesús pone delante de nosotros una regla distinta: ofrecer la mejilla a quien nos golpea, entregar el manto … ¡dar a todo el que pida! ¿Cómo podemos organizar así una sociedad sin que aparezcan muchos que se aprovechen de nosotros?
Una sociedad de hijos de los hombres se defiende y protege sus propios intereses. Pero en el Reino de Dios los hombres viven como hermanos. Y en el entorno familiar, si un hermano le devuelve la bofetada a su hermano o si no comparte el manto con quien le pide la túnica sus padres les corrigen. Porque dentro de la familia cuando uno abusa, se le responde con paciencia y perdón.
La clave final del evangelio “sed como vuestro Padre celestial” nos ayuda a entender la razón para aceptar con paciencia que otras personas se aprovechen de nosotros. Son nuestros hermanos y con nuestra paciencia les damos tiempo para terminar de convertirse.
Sed misericordiosos, no sea que “preocupándote de la venganza más bien que de la paciencia, desprecies lo eterno por lo temporal” (Carta 138)