Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Keys of moon a promise
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».
Jesús le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos de! mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
La penúltima frase del Padre Nuestro dice: no nos dejes caer en la tentación. Lo sabemos de sobra, lo hemos escuchado y pronunciado muchas veces. Pero, ¿de qué hablamos cuando decimos tentación? Iniciando el éxodo cuaresmal, Lucas nos indica que Jesús se sintió tentado de un modo muy fuerte al comienzo de su misión. Podríamos decir: lógico, como todo hijo de vecino. Aunque rápido nos saltan las resistencias: ¿todo un Hijo de Dios tentado?
Ante todo, este relato nos muestra la profunda humanidad de Jesús: experimentó lo que todas las personas experimentamos tantas veces en nuestra vida. Pero lo importante es que él supo decir no, con mucho esfuerzo y lucha interior; de ahí los símbolos del desierto (lugar de la aridez extrema) y de los cuarenta días (es decir, un tiempo prolongado, no algo puntual). Y poniendo freno a esas tentaciones, pudo llevar adelante su misión.
En Jesús nos miramos como en un espejo. Porque también nosotros sentimos tentaciones en nuestra vida. Y, también, como él, podemos aprender a decir no, a ser nosotros mismos y no dejarnos llevar por lo que nos tira por fuera o por dentro… pero no conviene en absoluto, ni a nosotros ni a los demás.
Son las cosas que tiene la vida: tratamos de afrontar nuestras dificultades por la vía fácil, como son el poder, el prestigio y el tener, los tres grandes pilares sobre los que se asienta el mundo de las tentaciones. Pero nuestra misión, como la de Jesús, es la de gritar al mundo que no, que hay otra forma de ser y de vivir, que no todo es competencia desleal, discriminación, violencia, individualismo, exhibicionismo, consumismo y abuso de poder. Ciertamente es un camino difícil, pues zafarse de tantas cosas a las que somos tentados resulta complicado, pero es el que nos puede hacer más humanos, redescubriendo lo que significa ser Hijos de Dios y hermanos de todas las personas.
Todo pasa: la ambición, la violencia, el poder, la fortuna, el prestigio… todo se lo lleva el viento, y sólo permanece el que ha hecho de Dios su Roca.
Vivamos así la Cuaresma: una buena oportunidad para detenernos, reflexionar y redescubrir nuestra misión, que no es otra que la de Jesucristo, el hijo de Dios que, cargando con la cruz, subió hacia la Pascua. Feliz camino.