Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: A new day. Mixaund
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dijo:
“Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
“El Señor alabó al administrador injusto por su prudencia”. No resulta cómodo escuchar a Jesús proponer como ejemplo a un corrupto, a alguien que se permite falsificar las cuentas. Tal vez eso se deba a que somos especialmente respetuosos con “ser fieles” a la hora de rendir cuentas. Y precisamente es a este administrador injusto al que Jesús pone como ejemplo de “ser fiel en lo poco”.
Si nos fijamos bien, el administrador tiene una reacción muy interesante. Podría lamentarse, podría pedir clemencia o, al menos, podría dar explicaciones. Y sin embargo, en lugar de perder el tiempo quedándose anclado en su mala situación busca una salida, toma medidas. Si pierde a su señor, se busca otros posibles señores que le acojan a trabajar en su casa.
Para intentar entenderlo tenemos que mirar la situación del siglo I. Nos tenemos que imaginar a un propietario de olivos y campos de grano que no reside en sus tierras sino en la ciudad. Y en la ciudad no sirve tener aceite y trigo, es más útil venderlo y recibir dinero a cambio. Y para ello necesitas un criado de confianza que lleve las cuentas. Y este criado podría entregar el aceite y el trigo a crédito, quizás a un comerciante, y que se lo devuelvan después de haberlo vendido, añadiendo una cierta comisión. En este segundo caso se firma un recibo no por la cantidad entregada sino por la cantidad que se tiene que devolver. Ahora se entiende mejor que el administrador corrija los recibos: está rebajando su “comisión” de intermediario, está utilizando su riqueza para asegurarse un futuro.
Esta es la invitación que Jesús nos hace hoy: usar los bienes de ahora para asegurarnos un futuro. Para San Agustín este administrador tendría que sacarnos los colores a los cristianos tibios y pasivos que estamos quizás demasiado preocupados y atados a las cosas de este mundo, las cosas de hoy y no pensamos en lo que viene por delante. “¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No por el hecho de que el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, para que se avergüence el cristiano que carece de determinación al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento.” (serm. 359A). Ese ingenio y sagacidad, esa determinación de usar las cosas presentes para caminar hacia las realidades futuras.
Pero sin salirnos de esta tierra y de este mundo, este administrador también nos espabila para entender que el dinero, la riqueza, tienen que ser un instrumento para asegurarnos la auténtica vida mejor. Porque, para el administrador, enriquecerse a costa de sus vecinos le parecía la mejor forma de vida, y después se dio cuenta que era mucho mejor poder “ser recibido en la casa” de los vecinos a los que había cobrado tanto interés. Podemos usar nuestra riquezas para crear comunión y comunidad.
Porque las riquezas, los bienes personales, nos han sido entregados precisamente para esto mismo, parar crear comunión entre los hombres y entre las naciones. Así nos lo recordaba el Concilio hace sesenta años: “El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás” (GS 69, 1). Y nos lo volvía a recordar el Papa Francisco “«La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde” (EG 189).
Sus palabras son eco de lo que León XIII anunció en la Rerum Novarum, cuando se disparaba la riqueza en Europa: “Todo el que ha recibido abundancia de bienes, sean éstos del cuerpo y externos, sean del espíritu, los ha recibido para perfeccionamiento propio, y, al mismo tiempo, para que, como ministro de la Providencia divina, los emplee en beneficio de los demás”. (RN 13)
Ser fiel en lo poco, ser fiel en la riqueza material, es usarla con la prudencia del administrador que, siendo injusto, actuó de forma justa por miedo. Nosotros, que hemos sido hechos justos en el bautismo, podemos también actuar de forma justa por el amor que tenemos a los necesitados.