“Y van los hombres a contemplar con admiración las alturas de los montes y los oleajes del mar, y los cursos anchísimos de los ríos, y la amplitud del océano, y los giros de las estrellas; y se dejan a sí mismos, y no se maravillan de sí” (Conf. 10, 8).
Contempla, amigo, la rosa,
sus pétalos delicados,
sus estambres perfumados
y sus espinas punzantes;
presentan interrogantes
de difícil solución;
para contestarlas debes
hablar con el corazón.
¿Hay algo más transparente
que la pupila de un niño?
¿Hay algo tan delicado
como el labio de una madre?
¿Hay algo tan infinito
como el inmenso horizonte
que circunda allá, muy lejos,
lo mismo el valle que el monte?
¿Quién creó la transparencia
de la mirada infantil?
¿Quién decidió que una madre
sea toda corazón?
¿Quién pintó el cielo de añil,
qué hacedor fue, qué pintor?
No busques lejos, amigo;
si escuchas tu corazón
te dirá, como un susurro,
que todo eso lo hizo Dios.
Nazario Lucas Alonso