Reflexión agustiniana

Escrito el 09/07/2022
Agustinos


El tiempo es una “preocupación” de todas las épocas. Preocupar quiere decir ocupar o llenar con anticipación. Queremos mucho tiempo, vivir mucho, ¿para qué? Trabajo, producción, descanso, distracción y vuelta a empezar. Estamos en tiempo de vacaciones, hemos dejado atrás el trabajo o estamos a punto de hacerlo. Nos enfrentamos a un tiempo de ocio y “libertad” y ya antes de que llegue nos “preocupamos” para llenarlo de actividad.

A nuestra cultura la cuesta enfrentar un tiempo de inacción. Cada vez más vemos a los niños que no pueden estar quietos; si no tienen nada que hacer la realidad virtual de las consolas o los móviles ocupa su tiempo. A medida que nos hacemos adultos, vamos descubriendo la necesidad e importancia de un tiempo sin compromisos ni distracciones. Absorbidos por la vorágine del día a día del trabajo y responsabilidades familiares y sociales perdemos el sentido de nuestro itinerario vital. ¿Cuál es el significado y valor de nuestra vida? ¿Para qué vivimos?

El tiempo es un regalo inmerecido y lo más preciado de nuestras posesiones. Esto lo sabe nuestra cultura actual que nos lo compra para producir y gastar dinero; y cuando llega un periodo vacacional corto o largo, es descanso para que el cuerpo pueda regresar a la producción de dinero.

Es verdad que Dios ha mandado el trabajo como medio de sustento: “Seis días trabajarás, y al séptimo descansarás; incluso en la siembra o en la siega, descansarás.” (Ex 34,21; Cf. 20,9; Dt 5,13). San Pablo se lo recuerda a los Tesalonicenses: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.” (2Ts 3,10-12). El hombre creado a imagen de Dios es su colaborador en la creación por medio del trabajo: “La conciencia de que a través del trabajo el hombre participa en la obra de la creación, constituye el móvil más profundo para emprenderlo en varios sectores” (San Juan Pablo II, Laborem exercens, 25).

Pero al mismo tiempo que Dios manda el trabajo, también manda el descanso, es un “descanso religioso”. El tercero de sus mandamientos dice “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que reside en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos; y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.” (Ex 20,8-11). Los cristianos lo hemos cambiado el sábado por el domingo, el “Dia del Señor”, pero con su mismo sentido religioso.

El descanso cristiano no es, por tanto, una mera pausa, sino una ocasión para crecer en las múltiples facetas del ser humano y en especial la religiosa: “Disfruten todos de un tiempo de reposo y descanso suficiente que les permita cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa. Más aún, tengan la posibilidad de desarrollar libremente las energías y las cualidades que tal vez en su trabajo profesional apenas pueden cultivar.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 67,3). Esta orientación, inicialmente indicada para el domingo, podemos aplicarla a un periodo más largo de descanso como son las vacaciones.

Necesitamos pausar nuestra vida y ver la realidad profunda de la existencia. Esto es contemplar, ver más allá de lo urgente y aparente. La vida continuamente nos estimula con múltiples acontecimientos y requiere de nosotros una respuesta. A veces tomamos decisiones aconsejados por la urgencia o el capricho sin evaluar suficientemente sus consecuencias. Por ello es importante parar, hacer una alto en el camino para contemplar: ver en profundidad, juzgar el valor de nuestras decisiones y actuar en consecuencia.

Parar y contemplar es fundamental para buscar y conocer la verdad de nuestra vida, el sentido y significado de nuestra existencia o, dicho aún de otro modo, lo que Dios quiere de nosotros. Las vacaciones para el cristiano son tiempo de contemplación, de búsqueda de la verdad de Dios que nos hará felices. El Papa Benedicto XVI nos recuerda que “Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige.” (Caritas in Veritate, 11).

San Agustín fue un gran buscador de la verdad, una verdad que le hiciese feliz porque su vida tenía sentido. Esta Verdad la descubrió en Cristo Verdad, Camino y Vida. Quiso dedicar su tiempo al estudio y a la contemplación en el huerto familiar de Tagaste. Pero cuando ya tenía iniciado el proyecto, Dios le descubre la misión de servicio a la Iglesia a la que se dedicará hasta el final de sus días: “El amor a la verdad busca el ocio santo y la urgencia de la caridad acepta la debida ocupación. Si nadie nos impone esta carga, debemos aplicarnos al estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone, debemos aceptarla por la urgencia de la caridad. Pero incluso entonces no debe abandonarse del todo la dulce contemplación de la verdad, no sea que, privados de aquella suavidad, nos aplaste esta urgencia.” (La ciudad de Dios XIX, 19). Aprovechemos este tiempo de vacaciones para buscar y gustar la Verdad que nos fortalezca en el servicio del Amor.

Pedro Luis Morais Antón, agustino.