Reflexión agustiniana

Escrito el 20/08/2022
Agustinos


Ya sabemos que Agustín marca una especie de itinerario que va de la filiación adoptiva a la deificación misma. Para él parece que estos dos polos tienen tal contacto que llegamos a ser todos dioses. De hecho, dice: “Está claro que ha llamado dioses a los hombres, deificados por su gracia, pero no nacidos de la naturaleza divina. Él es quien justifica, ya que es justo por sí mismo, no por otro; y es él quien deifica, ya que es Dios por sí mismo, no por la participación de alguien. El que justifica, es el mismo que deifica: al justificarlos, los hace hijos de Dios. Les dio el poder ser hijos de Dios. Si se nos ha hecho hijos de Dios, también se nos ha dado la categoría de dioses; pero esto es por generosidad del que adopta, no por naturaleza del que engendra” (Comentario al salmo 49, 2).

Todo nace en la adopción, que es acto de amor grande. Cristo comparte este amor con los hombres y nos hace coherederos. En el comentario al mismo salmo se nos dice: “Tan grande fue la caridad del Heredero, que quiso tener coherederos. ¿Qué hombre avaro quiere tener coherederos? Y si encontramos a alguien que quiera tenerlos, se beneficia menos, al tener que dividir la herencia con los otros, que si sólo él la recibiera. Pero la herencia por la que somos coherederos con Cristo no disminuye por la abundancia de herederos. No; heredan lo mismo, sean muchos o sean pocos, sea uno solo o sean muchos. Mirad, nos dice el apóstol Juan, qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y serlo de verdad. Y en otro lugar: Queridos, somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Luego lo somos sólo en esperanza, no todavía en realidad. Sabemos, sigue diciendo, que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (Comentario al salmo 49, 2).

La plenitud de nuestra semejanza divina será realidad cuando le veamos tal cual es y para ello necesitamos ser elevados. Este es el prodigio que hace Dios con nosotros: “La diestra del Señor obró proezas. ¿A qué llama proezas? La diestra del Señor me levantó. Gran proeza es ensalzar al humilde, deificar al mortal, perfeccionar al flaco, dar gloria al abyecto, victoria al que sufre y auxilio en la tribulación para que se patentizase en los afligidos la verdadera salud de Dios y permaneciese en los que afligen la vana salud del hombre. Grande es esta proeza; pero ¿de qué te admiras? Oye que lo repite. No se ensalzó el hombre, no se perfeccionó a sí mismo, no se dio la gloria, no venció, no fue él mismo salud para sí mismo. La diestra del Señor obró proezas” (Comentario al salmo 117, 11).

Agustín nos invita a no ser falsos y a aceptar lo que Dios quiere hacer con nosotros, que no es otra cosa que hacernos dioses, elevándonos y deificándonos, uniéndonos a la Verdad: “En efecto, Dios quiere hacerte dios, no por naturaleza, como lo es aquel a quien engendró, sino por don suyo y por la adopción. Del mismo modo que él al hacerse hombre participó de tu mortalidad, así te hace a ti, exaltándote, partícipe de su inmortalidad. Agradéceselo y abrázate al don que se te ha hecho para que merezcas disfrutar en el lugar a donde has sido llamado… No mintáis, pues, hermanos. Pues antes erais hombres viejos; por el acceso a la gracia de Dios, os convertisteis en hombres nuevos. La mentira pertenece a Adán, la verdad a Cristo. Por lo tanto, desechando la mentira, hablad la verdad para que también esta carne mortal, merezca igualmente la renovación y la transformación a la hora de su resurrección, y de esta forma el hombre, deificado en su totalidad, se adhiera a la verdad perpetua e inmutable” (Sermón 166, 4).

Santiago Sierra, OSA