Reflexión agustiniana

Escrito el 04/02/2023
Agustinos


Agustín no es que se sienta obligado a caminar con otros, por no sé qué circunstancias, sino que siente que caminar con otros es su verdadera dinámica de vida, como su vocación, su anhelo más profundo. Su biógrafo nos dice que así comenzó su vida de cristiano: “Una vez establecido allí (en su casa)…, en compañía de los que se le habían unido…, comunicaba a los demás lo que recibía del cielo con su estudio y oración, enseñando a presentes y ausentes con su palabra y escritos (Posidio Vida 3). Es más, él mismo se lo dice a sus fieles en uno de sus sermones: “¿Qué, pretendo, qué anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Hago todo esto con la sola intención de que vivamos juntos en Cristo. Esta es mi ambición, mi honor, mi gozo, toda mi herencia y toda mi gloria… No quiero salvarme sin vosotros” (Sermón 17, 2, 2). En sus predicaciones es constante el tema del caminar, incluso es el camino mismo el que viene a los viandantes y les encamina hacia la patria manifestando así todo un programa de pastoral y toda su espiritualidad del caminante: “Nuestro camino busca él mismo a los caminantes. Hay tres clases de hombres que detesta: el que se para, el que da marcha atrás y el que se sale del camino. Que nuestro caminar se vea libre y protegido, con la ayuda de Dios, de estos tres tipos de mal. Otra cosa es que, mientras somos caminantes, unos vayan más lentos y otros más veloces; unos y otros, sin embargo, caminan. Los que se paran han de ser estimulados, a los que dan marcha atrás hay que hacerlos volver y a los que se salen del camino hay que reconducirlos a él; los lentos han de ser motivados y los veloces imitados” (Sermón 306, B, 1).

En este caminar es imprescindible la fe, porque sin la fe, por mucho que queramos, más que avanzar, nos paramos, más que adelantar, nos estancamos, o mejor, nos desviamos, nos perdemos, no es inteligente, por tanto, caminar sin confiar plenamente en Dios que nos marca el camino: “Las obras que realizaste antes de venir a la fe o eran nulas o, si tenían la apariencia de bondad, eran vanas. Si eran nulas eras como un hombre sin pies o que, por tenerlos doloridos, no puede caminar; si, por el contrario, tus obras tenían la apariencia de buenas, antes de venir a la fe, corrías ciertamente, pero, al correr fuera del camino, más que llegar a la meta, te extraviabas. Tenemos, pues, que correr y que correr por el camino. Quien corre fuera del camino corre en vano; más aún, sólo corre para fatigarse. Fuera de él, cuanto más corre, más se extravía. ¿Cuál es el camino por el que corremos? Cristo lo dijo: Yo soy el camino. ¿Cuál es la patria a donde nos dirigimos? Cristo dijo: Yo soy la verdad. Por Él corres, hacia Él corres, en Él hallas el descanso” (Comentario a la carta de Juan 10, 1).

Es posible que tengamos la curiosidad por saber cómo ha será la patria, qué haremos allí, qué habrá allí, cuál será nuestra actividad. Agustín nos insinúa algo de cómo la entiende él, nos lo dice al finalizar su obra La ciudad de Dios: “Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, pero sin fin. Pues ¿qué otro fin puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?” (La ciudad de Dios 22, 30, 5). Allí se puede disfrutar de “la paz del descanso, la paz del sábado, la paz que no tiene tarde” (Confesiones 13, 35, 50). Si es verdad que podemos encontrar a Agustín inmortal y vivo, como nos dice su biógrafo: “Dejó a la Iglesia clero suficientísimo y monasterios llenos de religiosos y religiosas, con su debida organización, su biblioteca provista de sus libros y tratados y de otros santos; y en ellos se refleja la grandeza singular de este hombre dado por Dios a la Iglesia, y allí los fieles lo encuentran inmortal y vivo” (Posidio, vida 31), es de inteligentes espigar en su obra para conocer mejor el camino por el que caminamos y seguir los pasos de quienes a lo largo de la historia han seguido los del santo: “Terminado el viaje, habitaremos en aquella ciudad que jamás ha de perecer, porque el Señor habita en ella y la guarda” (Comentario al salmo 134, 26).

Santiago Sierra, OSA