En una carta que Agustín escribe a Paulino de Nola podemos ver el tipo de persona que es Agustín y el sentido de la justicia que tiene. Temiendo que Romaniano, su amigo y mecenas, diga demasiadas alabanzas suyas, le pone en guardia para que no le crea todo al pie de la letra, dice: “Ahí tienes a mi carísimo Romaniano, unido íntimamente a mí desde el principio de la adolescencia: él lleva esta carta a tu eminencia y excelsa caridad. Le cito en el libro La religión, que ya tu santidad leyó con agrado, según testimonia tu misma carta. Yo, que te lo envié, he llegado a ser más grato por la recomendación de tan noble persona. No creas, sin embargo, a ese amigo mío las alabanzas que quizá me tributa. He comprobado que con frecuencia engaña al que le escucha, no por un propósito de mentir, sino por su inclinación a amar: piensa él que yo poseo ciertas dotes que deseo recibir del Señor, a quien abrí mi corazón anhelante. Si esto hace en mi presencia, puedo conjeturar que en mi ausencia dirá en su entusiasmo cosas más lisonjeras que verdaderas… Reza por mí, hermano, para que yo confiese todo eso sinceramente y mi corazón vaya de acuerdo con mi lengua. Reza, por favor, para que yo no desee ser alabado, sino para que invoque al Señor con mi alabanza” (Epístola 27, 4).
En las verdades a creer por parte de todo cristiano está incluido alimentar la esperanza de la resurrección para vivir nuestra vida con perspectivas de futuro, como muy bien lo afirma Agustín: “De donde resulta que las verdades que al principio creímos, abrazándolas sólo por la autoridad…. Pues ya aquella sacrosanta encarnación, y el parto de la Virgen, y la muerte del Hijo de Dios por nosotros, y la resurrección de los muertos, y la ascensión al cielo, y la sesión a la derecha del Padre, y la remisión de los pecados, y el juicio universal, y la resurrección de la carne, después de conocer la eternidad de Dios trino y la contingencia de la criatura, no sólo se creen, mas también se juzgan conformes a la misericordia que el soberano Dios manifiesta con los hombres” (La verdadera religión 8, 14).
El ser humano es el único ser que puede tomar conciencia de la eternidad de su alma y de que está llamado a participar de la vida eterna con Dios. Pero también es verdad que es un ser que fácilmente se deja seducir por cantos de sirena, que se puede ilusionar con miles de espejismos que le desvían de la autenticidad y le pueden llevar a olvidarse de Dios. Agustín en su realismo, nos lo dice así: “Entre todas las criaturas), sólo le ha sido dado al alma racional e intelectual el privilegio de contemplar su eternidad y de participar y embellecerse con ella y merecer la vida eterna; pero, sin embargo ella, dejándose llagar por el amor y el dolor de las cosas pasajeras y deleznables y aficionada a las costumbres de la presente vida y a los sentidos del cuerpo, se desvanece en sus quiméricas fantasías, ridiculiza a los que afirman la existencia del mundo invisible, que trasciende la imaginación y es objeto de la inteligencia pura” (La verdadera religión 3, 3).
Ante esta realidad Agustín invita a todo a hacer un proceso de sencillez y purificación de los deseos y a tomar conciencia y, por tanto, a ser consciente de que el deseo de Dios es el anhelo primordial de todos: “El deseo de este mundo, incitador al mal, disminuye a medida que crece el amor de Dios, y desaparece cuando el amor de Dios alcanza la perfección. Así, aquel a quien el último día de esta vida vaporosa le sorprenda, en cualquier clase de muerte, progresando dentro, verá colmado por obra de la gracia lo que falta a su perfección en la justicia... ¡Que esto, te lo ruego, esté lejos de ti! Rompe con toda dilación y alcanza el campamento fortificado; no un campamento que tengas que asaltar, sino aquel en que, según tú, luchas con fortaleza contra el enemigo, que aparta de la religión cristiana por el terror, primero acusándola, ahora incluso alabándola hipócritamente. En efecto, él entonces sugería a las mentes de los hombres que incluso una cosa buena es mala cuando es tan grande que, una vez emprendida, difícilmente se la lleva a término; el elogio que hace ahora es una insidia. ¡Guárdate del lobo vestido con piel de oveja! Pon tu esperanza en Dios para enfrentarte a lo que temes, porque es duro, pero se te volverá ligero” (Epístola 272, 6, 2*, 6).
Santiago Sierra, OSA