¡Hola, qué tal, cómo estás!
Seguimos con el tiempo pascual, porque Cristo ha resucitado ¡Aleluya!
Los cristianos católicos estamos alegres no solo por la resurrección de Jesús, sino porque tenemos un nuevo Papa, León XIV. Esta alegría de toda la Iglesia la tiene, por partida doble, la familia agustiniana, dado que el Papa es un religioso agustino.
Quién le iba a decir a san Agustín que un día, uno de sus hijos espirituales, llegaría a ser Papa. Ser sacerdote, obispo, pues sí, porque también él lo fue, pero lo otro, como se dice ahora, es muy fuerte.
Te cuento que, cuando vi al nuevo Papa en su primer saludo, le percibí tranquilo, relajado. Bueno, dentro de la emoción que había. Era una tranquilidad profunda, nacida en el corazón de aquel que se siente amado, acompañado, elegido para una misión, en este caso elegido por Dios a través de los cardenales.
Él no había buscado ser Papa, no era su aspiración personal, no era el culmen de una carrera. Para él era el comienzo de un mayor servicio a la Iglesia, a la Iglesia de Jesús. Por eso lo había puesto todo en sus manos y de ahí el gozo profundo que transmitía.
Ya san Agustín nos había hablado de la diferencia entre el que busca el alago y el que busca hacer la voluntad de Dios.
“Ciertamente, nada hay más fácil, más agradable, más buscado que el oficio de obispo, de sacerdote o diácono, si se ejerce a la ligera, entre los halagos de los aduladores. Pero a los ojos de Dios nada hay más miserable, más deplorable o digno de condena. Por otra parte, si este servicio se hace tal como manda el Maestro, a los ojos de Dios no habrá gozo más grande.
(Cartas 21,1)
Oración:
“Señor, eres la luz del corazón y el alimento del alma”.
(Confesiones 1,13)