“No existe naturaleza alguna, aun la de las más ínfimas bestiecillas, que no haya sido creada por Aquel de quien procede todo modo, toda especie y todo orden, sin lo cual no puede hallarse ni imaginarse nada real. (La Ciudad de Dios, XI, XV).
Añoro el sol, fogón de ternura y vida.
Añoro la tierra núbil, realidad en ciernes.
Añoro la antigua juventud,
diseño de perspectivas y futuros.
Añoro los años en que –inseguro-
modulaba mis labios al besarte.
Añoro las tormentas de verano,
los ríos bravíos y torrentes.
Añoro la locura aventurera
que intrépida y gozosa sorteaba
obstáculos gigantes con delirio.
Añoro que pensaba y que creía
ganar otros mundos y otras gentes.
Ahora vivo la -¿esperada?- realidad
de cumbres romas y nevadas,
de fuerzas menos fuertes,
de manos curtidas,
de frente arrugada,
de frutos sazonados en gualda mermelada.
Ahora sé que la añoranza fue.
Ahora sé que en otoño el sol calienta menos.
Nazario Lucas Alonso