Evidentemente el peregrino que quiere conseguir la meta, necesita más de un empujón para no desanimarse y dejar de intentarlo y ahí viene en su ayuda la esperanza: “La ciudad santa, la ciudad creyente, la ciudad que peregrina en la tierra está fundamentada en el cielo. ¡Oh (ciudad) fiel!, no corrompas la esperanza, no pierdas la caridad; ciñe tus lomos, sube, lleva delante tus lámparas, espera al Señor cuando venga de las bodas. ¿Por qué te estremeces porque perecen los reinos terrenos? Precisamente para eso se te prometió el reino celestial: para que no perezcas tú junto con ellos” (Sermón 105, 7).
La esperanza en el camino consuela al hombre y preanuncia y casi visibiliza la meta y alimenta el deseo de conseguirla. De hecho, para alguna ocasión particular que surge en nuestro caminar, y que nos puede hacer tambalear, dice Agustín: “Es de necesidad que os entristezcáis, pero adonde llega la tristeza, allí entre el consuelo de la esperanza... Desaparezca la tristeza donde es tan grande el consuelo; séquese el llanto del alma y que la fe expulse el dolor. Con tan grande esperanza no es decoroso que esté triste el templo de Dios. En él habita el buen consolador, en él, el buen cumplidor de las promesas hechas” (Sermón 173, 3). Ciertamente el consuelo para Agustín se reviste de esperanza: “Vosotros, hermanos, buscáis quien os consuele; mas también yo necesito consuelo; pero nuestro consuelo no es ningún hombre, sino solo quien hace al hombre, porque quien hizo rehace y quien creó recrea. A causa de nuestra debilidad, no podemos no sentir tristeza, pero debe consolarnos la esperanza” (Sermón 396, 1).
La esperanza no solo es consuelo, es también sostén, aliento y nutriente: “Busca, pues, lo prometido a los hijos de los hombres y escucha lo dicho a continuación: Mas los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas. Esperarán mientras están de viaje... Pues estamos salvados en esperanza. El esperar a la sombra de las alas de Dios no corresponde a los hombres y a los jumentos. Y he aquí que la esperanza nos amamanta, nos nutre, nos afianza y nos consuela en esta afanosa vida. Viviendo de esta esperanza, cantamos el Aleluya. Ved cuánto gozo causa la esperanza. ¡Cómo será la realidad! ¿Preguntas cómo será? Escucha lo que sigue: Se embriagarán de la abundancia de tu casa. Esto es lo que esperamos. Sentimos hambre y sed de ella; es preciso saciarla. Pero el hambre está en el camino, y la saciedad en la patria” (Sermón 255, 5). Consuelo, vida, esperanza, estas son nuestras necesidades en el camino: “Pero ¿qué te consuela? La esperanza. Ya vives de la esperanza; alaba, canta en la esperanza. En donde se halla la muerte no cantes; canta en donde vives. Tu muerte se halla en la aflicción de este mundo, y vives con la esperanza del siglo futuro” (Comentario al salmo 145, 7).
El ejercicio en la vida presente tiene sentido por la vida futura, pero el camino siempre será tenso y con gemidos, aunque esté presente la promesa: “El ejercicio de nuestra vida presente debe tender a alabar a Dios, porque el regocijo sempiterno de nuestra vida futura será la alabanza de Dios; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se hubiere ejercitado ahora en orden a ella. Ahora alabamos a Dios, pero también le pedimos. Nuestra alabanza, lleva consigo el gozo, la oración, el gemido. Se nos prometió algo que aún no tenemos; pero como es veraz el que prometió, nos alegramos en esperanza; sin embargo, como todavía no lo poseemos, gemimos en el deseo. Nos conviene perseverar en el deseo hasta que llegue lo prometido, y así desaparecerá el gemido y le sustituirá únicamente la alabanza” (Comentario al salmo 148, 1). No se puede negar el tirón que tiene la vida futura, sobre todo para los creyentes: “Con esto nos simbolizaron místicamente la vida futura, en la que alabaremos a Dios después de la cautividad de la vida presente, en donde tendrá lugar la renovación de la gran ciudad Jerusalén, por la que suspiramos y peregrinamos cautivos todavía bajo el peso y la carga del cuerpo mortal; por la que aún gemimos en la peregrinación, aunque nos regocijaremos en la patria. El que no gime peregrino, no se alegrará ciudadano, porque carece de deseo” (Comentario al salmo 148, 4).
Santiago Sierra, OSA