Un tiempo de Dios

Publicado el 20/07/2021
04:40 min. | 21 visualizaciones

 

 

Título: Un tiempo de Dios

Autor: Cristóbal L. Moya-A. Caro

Con los primeros rayos de sol, quese cuelan por la ventana abierta y que comienzan a teñir conuna cálida luz su habitación, nuestro buen amigo Carlos empiezaa entornarsus ojos ya desperezarse, aún en su cama, tras otra calurosa noche.Rápidamente, cuando aclara sus ideas, recuerda que hoy es un día cualquiera de julio: que no hatenido que madrugar, que no tiene que ir al colegio, que comienza un nuevo día en que no tendrá que preocuparse por el reloj ni las obligaciones cotidianas.Y esto, lógicamente, lo alegra... ¡Mucho!Con ganas de hacer que este día sea especial, sale de su habitación y comienza a deambular por su casa,cubierta por unsilencioso y plácido ambiente veraniego.Desde la puerta de la habitación de sus padres, comprueba cómo estos duermenaún. Tampoco ellos tienenque ir a la oficina. Están disfrutando de unos días de vacaciones. A punto estuvo de entrar y despertarlos; de decirles que ya era hora de levantarse y de preparar juntos el desayuno. Pero se arrepintió. Sus padres estarían cansados después de todo unañodetrabajo, en casa y en la oficina, y para unos días que no tenían que estar sujetos a la tiranía del despertadorprefirió, finalmente,no molestarlos.Seguro queLuis,su hermanomayor, sí que se prestaría a seguirle en los planes que comenzaban a bullir en su cabeza: salir a desayunar, ir más tarde a darse un baño en la playa o quizás ir juntos a visitar a sus abuelos.Pero nada, su hermano tampoco estaba por la labor. No recibió de él más que un bufido, acompañado de un cansado manotazo al aire;que por suerte pudo esquivar.Salió de la habitación y volvió, un poco triste, al salón de su casa.Es verdad que tenía muchas ganas de desconectardelas clases, la academia...y de disfrutar de unos días de descanso. Pero tantos días igualescomenzaban a aburrirlesoberanamente. ¿Otra mañana más en casa? ¿Otra mañana mirando distraído el móvil o escuchando la televisión sin prestarle ninguna atención, tumbado en el sofá?¡No! Hoy el día no sería así. Ya empezabaa estar un poco harto.Volvió a su habitación, se cambió de ropay decidió salir a dar una vuelta;aunque fuesesolo ycerca de casa. Así,mientrascaminaba yoía música,se despejaríaun poco.Nada más salir, y al poco de comenzar a andar, pasó por la puerta de la parroquia de su barrio. Algo llamó su atención. Algo diferente. La puerta principal, grande, de madera, estaba abierta de par en par. No recordaba que normalmente, cuando pasaba por delante para ir al colegio, estuvieraasí. Siempre la recordaba cerrada.Se paró y miró hacia el interior.Al fondo, encima de los escalones del altar mayory debajo de un gran crucifijo que colgaba casi desde el techo, vio una caja metálica que estaba iluminada por un potente foco blanco y al lado de la cual parpadeabauna pequeña luz roja. En el colegio lehabían habladode aquello, estaba seguro. Sabía que tenía un nombre.Sagra..., sagrado... ¡sagrario! Eso era. Y el sacerdote que le dabalasclases de Religión lehabía dicho que siempre que quisieravisitara Jesús podíaacudirallí; dondeloencontraríavivoen la Sagrada Eucaristía. Recordando esto, al sentirse un poco soloy sin rumbo, decidió pasar al interiordel temploy acercarse ahacer esavisitaa Jesús en elsagrario.No supo bien por qué pero se puso de rodillas ante Él y, sin pensarlo mucho,comenzó a hablarleno con los labios sino con el corazón, comenzó a rezarle; también se quedó un rato en silencio, mirándolo y dejándose mirar. Así, depronto,sitió cómo aquel aburrimiento, cómo aquella tristezao desgana, desaparecían; cómoaquel vacío se llenaba hasta el punto dehacerle darse media vuelta y salir a buscar a una señora, encorvaday rubita, que vio alentrar y que ahora lemiraba desde el fondodel templo: --¿Necesitas algo, joven?--Quería saber si podría ayudar en algo, aquí en la Parroquia, durante el verano. Ahora tengo mucho tiempo libre.--¡Claro que sí, hijo! Aquí siempre hay algoque hacer; aquí siempre hay cosas que hacer por los demás.Aquí siempre puedes venir a acompañarya dejarteacompañar por el Señor.Entonces, el joven Carlitos, recordó las palabras del padreen laúltima clase de Religión del curso: Y, este verano, recordad: aunque todosnosotroslo hagamos, Dios nuncase va de vacaciones.¡Dios, Padre, te pedimos, especialmente estos días de verano,que acrecientes en nosotros la virtud de la caridad de manera que siempre estemos atentosy dispuestosaamar a Dios y al prójimo;y que nunca dejemos de, cada día, reflejar tu amor sobrelos hombres!