Ronda en Belén a María,
mecida al alba en silencio,
mientras le crece en el alma
la brisa del Gran Misterio.
No canto a la cueva oscura,
ni al rigor del frío intenso;
que canto a la Virgen Madre,
más limpia que flor de almendro.
Templadas están las cuerdas
para este noble concierto
y las almas… expandidas
con el corazón dispuesto.
El Niño que has engendrado,
María, por privilegio,
trae patente de gloria
y es el encanto del cielo.
Su sonrisa es elocuente
para bien del universo
por recreación del Padre
como aquel primer aliento.
Brindo al perfil de la vida / con fragancia de romero
y centro el alma en tu imagen / -en tu regazo materno-,
donde con gozo y ternura / acunas con grave acento
a quien colma de sentido / tu sagrado asentimiento.
Gloria a ti, Madre bendita, / por virtud y ministerio;
honor y gloria a Dios Niño / en su dulce nacimiento
pues nos abre nuevas sendas / de inquietante advenimiento.
El Niño que TÚ nos muestras / es fruto de amor supremo.