¡Nunca dejes de creer!

Publicado el 04/08/2021
Agustinos


Texto: Enrique Infante
Música:  Bensound cute

Amor y fe

La lectura del Evangelio de hoy nos genera una primera sensación amarga que enseguida el Señor se encarga de endulzar. 
Y es que no resulta agradable la aparente negativa de Jesús a ayudar a la mujer cananea que ruega por la sanación de su hija. De hecho, recibe una dura respuesta cuando, ante dicha petición, Jesús le responde: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» 
Lejos de enfadarse o de desfallecer ante semejante negativa, la mujer -que es madre y ama a su hija como solo una madre puede hacerlo- acepta la respuesta y vuelve a pedir con la máxima humildad: «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» 
Este gesto no deja indiferente a nuestro Señor. Él, que ve en el corazón de esa madre, premia de inmediato dos de las grandes posesiones que puede tener un ser humano: el amor y la fe. El amor hacia una hija, que le hace insistir y mostrarse humilde, y la fe en que su Dios, al que tiene delante, no le va a fallar. Y no lo hace… Como continúa el Evangelio, “Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.”

El Papa Francisco, en su intervención del Ángelus del 17 de agosto de 2017 se refería a este episodio con este mensaje lleno de esperanza para todos nosotros: “El Señor no se da la vuelta ante nuestras necesidades y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando como esta mujer: ¡Señor ayúdame!. Así, con perseverancia y valor[…] Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús.”

¿Cuántas veces nos hemos visto derrotados y hemos repetido la frase “Dios no me ha hecho caso” o “Parece que a Dios no le importa esto que le estoy pidiendo”? 
Cada vez que pidamos algo al Señor, especialmente en su presencia delante del Sagrario o tras recibir su cuerpo en la Sagrada Comunión, convirtámonos por un momento en esa mujer cananea: saquemos de los más hondo de nosotros todo el amor, la fe y la humildad que tengamos y volvamos a pedirle la ayuda que necesitemos… las veces que sea necesario. 
Porque Dios nunca nos abandona; porque somos sus hijos, nos quiere y nos ayudará. Aunque tardemos en entenderlo o en detectar esa ayuda. Él siempre estará cuando le necesitemos. 
¡Nunca dejes de creer!

Buenos días