Muros y templos

Publicado el 09/11/2022
Agustinos


Texto: Pablo Tirado, OSA
Música:  Bensoundadaytoremember

Ser templo de Dios

Hoy hace 33 años, el 9 de noviembre de 1989, desde que Alemania del Este abrió sus fronteras, permitiendo a sus ciudadanos cruzar libremente hacia el Oeste por primera vez desde que se construyó el Muro de Berlín en 1961.

Y es que la historia de la humanidad está repleta de símbolos de división humana, de privación de libertad y sometimiento. Desde el Muro de Adriano, la Gran Muralla China, las Vallas de Ceuta y Melilla, los Muros y alambradas británicas divisorias de protestantes y católicos, el Muro entre Estados Unidos y Méjico, y un largo etcétera, nos evidencian cómo esta nuestra historia ha dejado rastro de la vergüenza divisoria, de la tendencia del humano a crear separación, división, controversia.

A diferencia de esta tendencia, la liturgia de la Palabra de hoy, de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, nos ilumina a los cristianos y a todo humano, de otra manera.

“¿No sabéis que sois Templo de Dios?...el Templo de Dios es Santo; y ese Templo sois vosotros.” San Pablo se dirigía a la comunidad de Corinto, y hoy a nosotros, recordando que la presencia más cualitativa de Dios somos nosotros, sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.

            Esta manera de mirar la religión y, por tanto, la realidad, nos sitúa de modo diverso ante los demás. En primer lugar, el Templo de Dios (cada uno de nosotros), a diferencia de estar creado para la división, la separación y el desentendimiento, como los muros de la vergüenza, está hecho para generar comunión, entendimiento, diálogo. No es que las iglesias-templos tengan que serlo, sino que antes, los creyentes-templos, tenemos que ser esa presencia conciliadora, integradora, comprensiva. Signo opuesto de los muros que coartan la libertad personal y dividen el corazón de las personas.

            Pero también me sugiere otro matiz importante. Los creyentes a los que nos gusta la liturgia o las celebraciones litúrgicas, solemos querer que los templos estén bellos, estéticamente acogedores, con una ornamentación digna. ¿Y los templos de los que nos habla San Pablo, es decir, de los creyentes? Tal vez descuidamos nuestra belleza, nuestra salud, nuestra presencia. Si creemos que somos Templos de Dios, debemos aprender a cuidarnos en todas las dimensiones: desde lo corporal a lo espiritual, desde la salud hasta el cuidado emocional, desde nuestras relaciones a nuestro equilibrio psíquico.

            Al igual que los que ven un espacio íntegramente cuidado se quedan embelesados por él, ¿no deberíamos despertar admiración a los demás por nuestro propio cuidado? Si los edificios y espacios requieren del interiorismo para seducir, tal vez a los creyentes-templos nos falte el cultivo de nuestra interioridad para que nuestro testimonio sea más atractivo y significativo.