Texto: Quique Infante
Música: Walk in the park
¿Cómo te quedas?
Esta semana celebramos el Corpus Christi, esa solemnidad que muchos confunden con el nombre de una calle o un colegio antiguo… pero que, en realidad, es una de las fiestas más impresionantes de nuestra fe. Y no, no es exageración; es el día en que nos acordamos (con toda la pompa y procesión posible) de que en cada Misa recibimos nada más y nada menos que… ¡al mismísimo Dios!
Sí, lo has leído o escuchado bien. No es un símbolo, ni una metáfora, ni una idea bonita que da calor al alma: es el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Cada átomo de la forma consagrada contiene a todo Cristo, con su cuerpo su sangre, su alma y su divinidad. Es decir, el Hacedor del universo, el Verbo eterno, el que multiplicó panes y caminó sobre el agua… ahora en forma de Hostia Sagrada, sin perder ni un ápice de su divinidad. ¿Cómo te quedas?
Y, sin embargo, muchos de nosotros nos acercamos a veces a comulgar de manera rutinaria. Sin asombro, sin temblor, sin alegría.
Imagínate si fuéramos verdaderamente conscientes de lo que sucede en ese momento. ¿Cómo sería nuestra preparación? Iríamos a cada Santa Misa como quien va a la cita con el amor de su vida. Confesados, peinados, y con el alma bien planchada. ¿Cómo no saltar y bailar como locos sabiendo que nos vamos a encontrar de manera íntima con el mismo Dios?
Y cuando el sacerdote nos mira y nos dice, con voz clara y solemne: “El Cuerpo de Cristo”, ¡deberíamos quedarnos paralizados! No por miedo, sino por asombro. Deberíamos escuchar en esa frase el eco de todas las promesas de Dios cumplidas, la voz del amor que se nos entrega entero, sin reservas. Y responder fuerte ese “Amén” no como quien contesta un formulario, sino como quien dice: “¡Sí, lo creo! ¡Sí, lo amo! ¡Sí, lo recibo!”
Así que este jueves (o domingo), en el Corpus Christi, además de celebrar una tradición bonita con pétalos de flores, incienso y custodias doradas, celebremos un milagro constante que ocurre cada día en cada Misa, y celebremos de paso que el mismísimo Dios sale a acompañarnos a nuestras calles, tan necesitadas de su presencia divina. Y si esto no nos deja boquiabiertos, tal vez necesitemos menos sermones como el que te estoy soltando… y un poco más de sencilla fe.
¡Feliz Corpus Christi! Y que la próxima vez que oigas “El Cuerpo de Cristo”, lo recibas como quien recibe al Rey… porque eso, exactamente, es lo que está pasando.