Texto: Agustín Alcalde, OSA
Música: Acousticguitar
Si callea todo... ¡Surge el silencio!
Si calla el trueno de la guerra, si calla el monstruo de la crisis, si calla el grito del pobre, si calla el omnipresente fútbol, si callan los sentidos y los sentimientos y los fantasmas, si calla todo… surge el silencio. Con el tiempo “el silencio” llegará a ser una “reserva” de la humanidad… algo arcano, exótico, casi extinto y, por eso, anhelado.
La cultura actual no sabe nada del tema. Podría llegarse a pensar que deberá ser un capítulo importante de la Ecología (que estudia las relaciones de los seres vivos y el ambiente que los rodea).
En estos días de agosto marcados por el descanso para unos, la diversión para otros, la reflexión y el viaje (excursión) para muchos volví al Monasterio Santa María de La Vid (Burgos). En la agenda marcaba los días 26 y 27 de agosto. Con la ilusión de un montañero o un explorador, iba en busca no sólo “de silencio”, sino “del silencio”, algo así como el Gran Silencio. Intuía que era un sueño o un MILAGRO y no me equivoqué.
Quise traspasar la frontera de lo psicológico, de lo religioso, de lo espiritual. Recorrí lugares donde se comienza como en un desierto y con `el miedo a perderse´ entre ejercicios de concentración, se avanza por la oscura soledad al `dar la espalda a los otros y no encararse a uno mismo´ y se llega a un paraje sin retorno posible llamado “infierno humano” en el que se sumerge todo aquel que ha tragado ese “fango oscuro” (definición, esta última, dada por Plotino, Ennéadas I,8,13 al lugar de llegada del hombre perdido) donde sólo la espera parece tener sentido.
¿Qué se espera? Se espera el sonido de una voz. El hombre es un ser llamado. Y sólo aquel que se acerca, atiende, escucha, retiene, protege lo vivido y lo guarda en su interior si ha conseguido una pequeña “gota de silencio”. Gota que, como insinuaba el Hermano Roger de Taizé, “se deberá guardar en el corazón que es el órgano de la escucha”.
Extraña paradoja ésta en la que es el “encuentro” el lugar apropiado para el silencio que no es soledad y tampoco huída o destrucción y sí atención en una audición callada, y concentración en una visión oscura, con un sabor insípido, un olor seco o un tacto mudo. Porque va más allá de lo sentido y se aproxima a la intuición y la tendencia que sólo ofrece la inquietud: “Inquieto está mi corazón hasta que descanse… en Ti”. Ha hecho pie en el umbral del Encuentro donde se aproxima la Verdad, callada y muda… real y limpia.
Yo no he llegado aquí, claro, sólo lo he intuido y reflexionado; pero sería hermoso ser testigo del Milagro.
Pero sí tenemos algunos y algunas que lo han alcanzado y tocado levemente. Han escuchado la Voz, han sentido la Presencia y han tocado la PAZ.
Abren una ventana al jardín y comienzan a reflexionar y orar. Los protagonistas son dos personas: Se llaman Agustín y Mónica. Año 387. Está narrado este hecho de forma resumida y desnuda en las Confesiones de san Agustín en el libro IX del capítulo 23 al 27. Y como en un canto de cisne es, esta experiencia, la antesala de la muerte de Mónica. Tenía 56 años; Agustín 33. Se podría decir, también, que es el mayor milagro de san Agustín y santa Mónica, experiencia de comunión humana y silencio divino. Milagro compartido. Milagro Mayor, sobre todo, por ser de Gran Silencio.
¡Buenos días!