La importancia de las caricias

Publicado el 01/09/2025
Agustinos


Texto: Santiago Alcalde, OSA
Música: Bensoundcute

Un manoteo continuo buscando amor

Se dice, aunque en esto como en todo hay muchas excepciones, que los occidentales, y sobre todo los europeos, somos personas frías a la hora de expresar nuestros sentimientos. El afecto, el cariño, el amor… como que los tenemos muy guardados. Todo lo contrario de los orientales donde el abrazo, la caricia, el beso… es lo
normal cuando se trata de expresar lo que sienten por las personas.
Oriol Vall, que es pediatra y trabaja en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Cuando un niño recién nacido sale al mundo, lo 
primero que hace es manotear como buscando a alguien. Necesita tocar a su madre, sentir su cuerpo, recibir sus caricias y besos. Cuando los recibe, se tranquiliza y el mundo, al que recién abre los ojos, no le parece tan extraño y hostil.
Con los pediatras coinciden también en esto los gerontólogos, aunque ellos lo ven al final de la vida. Estos afirman que los ancianos, en los instantes últimos de su
existencia, mueren queriendo alzar los brazos en un deseo último de dar y recibir amor. Entre el primer manoteo y el último, pidiendo afecto, transcurre toda la vida del hombre y de la mujer. La necesidad de dar y recibir cariño la expresaran de muchas formas y maneras a lo largo de su vida; pero se resumen en un manoteo continuo buscando amor.
San Agustín, que sobre el amor escribió mucho y bien, dice: “Mi amor es mi peso. Soy llevado hacia lo que amo. Y el amor nace de lo más profundo de mi corazón”
(Comentario al Salmo 51). En otro texto afirmará lo siguiente: “Cada quien es según aquello que ama. ¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré, que eres dios? No me atrevo a decirlo por mí mismo. Lo dice la Escritura: ´Vosotros sois dioses, e hijos del Altísimo´” (Tratados sobre la primera carta de san Juan, II,14).
No olvidemos que Dios, como dice san Juan en su primera carta, es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él (Cf.:1 Jn 4,7-9).