Cambiar
El deseo de cambiar… de ser otro. Muy propio del corazón humano. ¿Hasta donde es posible el cambio? ¿Muy difícil? Me lo pregunto escuchando a Papini.
«Veamos: yo quisiera, pues, cambiar. Pero cambiar seriamente —¿comprenden?—; cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en síntesis. Ser otro que no tuviese ninguna relación conmigo, que no tuviera el mínimo punto de contacto, que ni siquiera me conociese, que nunca me hubiera conocido.
¡Los cambios y renovaciones insustanciales los conozco desde hace tanto! Se trata de plumerazos, de mudanzas, de encaladuras. Se cambia el papel de Francia pero la habitación es siempre la misma; se cambia el color del sobretodo pero el cuerpo que recubre es el mismo; se cambian de lugar los muebles, se cuelga con pequeños clavos un nuevo cuadro, se agrega un estante de libros, un sillón más cómodo, una mesa más ancha, pero el cuarto es el mismo; siempre, siempre, inexorablemente, implacablemente el mismo. Tiene el mismo aspecto, la misma fisonomía, el mismo clima espiritual. Se muda la fachada y la casa, adentro, tiene las mismas escaleras y las mismas habitaciones; se cambia la cubierta, se reemplaza el título, se modifican los adornos del frontispicio, los caracteres del texto, las iniciales de los capítulos, pero el libros cuenta siempre la misma historia —siempre, siempre, inexorable, implacablemente la misma, vieja, fastidiosa, lamentable historia.
Giovanni Papini
No quiero más ser el que soy