La aguja y el alfiler

Publicado el 23/05/2022
Agustinos


Texto: Santiago  Alcalde
Música:  Bensound cute

La aguja y el alfiler

No sé si te has fijado que las desgracias generalmente siempre nos unen; y, por el contrario, los éxitos nos suelen dividir y separar.

            Un alfiler y una aguja se encontraron juntos en una cesta de labores. Aunque se conocían, nunca habían entablado una conversación. Cada uno se cría superior al otro y lo despreciaba. No obstante, por aburrimiento más que por otra cosa, comenzaron a disputar entre sí.

            El alfiler preguntó con desdén a la aguja: “¿Para qué sirves? No veo en ti ninguna utilidad. Es más, no sé cómo piensas pasar la vida sin cabeza”.

            La aguja, desafiante, al momento replicó: “Y tú, ¿te has fijado bien cómo eres? ¿De qué te sirve la cabeza que tienes, si careces de ojo para ver?”. El alfiler no se mordió la legua y al momento replicó: “Mira quién habla. A ti, ¿de qué te sirve el único ojo que tienes, si siempre tienes algo metido en él?”. “Yo, con mi ojo - respondió molesta la ajuga – puedo hacer mucho más que tú con la cabeza”. El alfiler, mirándola con desdén dijo: “Seguro que sí; pero tu vida es tan corta que depende del hilo que te pongan”.

            Estaban en esta discusión, cuando alguien abrió la caja de costura. Traía un traje para coser. Echó mano a la aguja, la enhebró con un hilo y comenzó a coser. Llevaba dadas sólo unas puntadas, cuando tensando el hilo se rompió el ojo de la aguja. Contrariada, miró el interior de la caja de costura y vio el alfiler. Al momento ató a su cabeza el hilo, para luego continuar la labor; pero lo hizo con tal fuerza que le arrancó la cabeza. Disgustada la joven, echó el alfiler con la aguja a la basura y se fue.

            “Aquí estamos de nuevo juntos – se dijeron los dos a la vez – Y parece que la desgracia mutua nos ha hecho comprender nuestra pequeñez. Ya no tenemos motivo para enfadarnos y reñir”.

            La carta a los Colosenses nos dice: “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestidos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col 3,12-13).