Más humildes, más sencillos... Como Tú

Publicado el 21/12/2022
Agustinos


Texto: Clara de Mingo
Música:  Beat thee. Alexander Nakarada

Más humildes, más sencillos... Como Tú

Desde hace unos días, estoy leyendo un libro sobre la humildad. Seguramente muchos de ustedes hayan oído hablar de él, o lo hayan incluso leído. Se trata de "La práctica de la humildad" del Papa León XIII, y, para el que no lo sepa, son una serie de pautas o consejos para poder desarrollar esta virtud en nuestra vida cotidiana.

Y fíjense que me parece una de las virtudes más complicadas de seguir. Cada uno tenemos nuestro pequeño o mayor ego o carácter, o nuestra forma de hacer las cosas, y en cuanto alguien se mete en esa burbujita... a ver cómo entra, si de puntillas o como elefante en una cacharrería.

De hecho, cuanto más desarrollas esta virtud, menos reconoces que la tienes, ya que, en el momento en que pregonas o reconoces que eres humilde, se acabó la humildad.

Pero bueno, vamos al caso. Seguramente, si repasamos la historia de la Iglesia, nos encontraríamos muchos ejemplos de humildad: San José, San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta, … y cientos de miles de santos (de los conocidos y los “silenciosos”), pero hoy nos centraremos en los que aparecen en el Evangelio. Y es que, al leer el Evangelio de hoy, sólo me viene a la cabeza una palabra: HUMILDAD. Humildad en dos figuras: María e Isabel.

En primer lugar, María, como leímos el pasado 8 de diciembre "he aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra", o en el mismo Magnificat, que tantas veces hemos meditado "engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva".

¡Qué huracán de humildad! Yo, que nada soy y nada tengo, concebiré al Hijo de Dios. De ahora en adelante, las generaciones me llamarán dichosa,

pero no por mí, no por mis logros, sino porque el Poderoso ha hecho grandes obras en mí. 

Y, por otra parte, Isabel. María, pese a estar embarazada, se levanta, se pone en camino y va a ayudarla. Y aun siendo familiares, y la confianza que podrían tener, o la buena relación, al oír el saludo, ya sabe toda la historia. Se sentiría increíblemente feliz, y se deshace en halagos, pero a la vez, se sentiría tan desbordada porque sus primeras palabras son: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?”. Es decir, ¿cómo soy tan afortunada de poder estar hablando contigo, que llevas en el vientre al Hijo de Dios?

Pues para estas fechas, me gustaría dejarles un pequeño recado, o más bien, una petición. Que sepamos reaccionar con la misma alegría y humildad que Isabel al nacimiento de Jesús. Que le demos el sitio que le corresponde, que le tengamos presente, que nazca en nuestros corazones y en nuestros hogares. Que sepamos ofrecernos en los pequeños detalles, que demos sin esperar nada a cambio. Señor, que sepamos valorar lo que nos ofreces cada día, y especialmente en estas fechas, que nos preparemos para recibir al Niño como se merece, dejando de lado todo aquello que nos aleja del verdadero misterio de la Navidad.