Texto: Cristóbal Moya
Música: Amazing Grace
¡Qué afortunado soy!
¡Buenos días!
Qué afortunado, Señor, me siento esta mañana: recuerdo, una vez más, –lo sé, no debería olvidarlo nunca…-- que eres mi Padre y que como tal quieres que te llame.
Que Tú habitas en los cielos, pero que también te has hecho hombre igual que yo –en todo igual salvo en el pecado— y que has dejado el sello de Tu santidad en tantos de mis hermanos, en quienes muchas veces te puedo reconocer.
Hoy te pido, Padre, que nunca me falte la fidelidad que me hace proclamarle a ellos, a todos los que me rodean, tu Nombre santo.
Por este regalo inmenso jamás podré dejar de darte gracias.
Pero, también, conoces mi fragilidad. Sé que lejos de Ti, sin sentirme profundamente amado por Ti; que por mí mismo, no puedo ir a ningún sitio.
Te necesito, Padre. Y, por eso, con la confianza con que un hijo le pide a un padre, siempre,
te ruego:
.- que tu reino venga sobre nosotros.
Que con su llegada veamos el fin del mal, de las envidias, del dolor, del sufrimiento… Que tu reino de amor y de paz sea la tierra que habitemos para la eternidad.
.- que siempre se haga Tu voluntad. Nunca la mía. Que me niegue a mí mismo, mis planes, mis deseos… siempre que estos no sean los tuyos.
Que sepa ver, Padre, la belleza de los sueños que tienes para mí.
.- que cada día recibamos nuestro pan.
No sólo el alimento material, que sabemos que Tú siempre nos lo provees, sino también el alimento espiritual. El pan del cielo que Tú nos diste. El que cada día se parte y reparte en la Eucaristía.
Que nunca dejemos de recibirlo.
.- que Tú perdones nuestras ofensas. Lo que sabemos que haces siempre, derramando tu infinita e incesante misericordia sobre nosotros.
Pero que seamos también, sintiéndonos queridos y perdonados por Ti, capaces de hacer lo mismo con el hermano, con el prójimo, con quien tenemos a nuestro lado.
Que aprendamos, Padre, a amar a aquellos que no nos quieren.
.- que no permitas nuestras caídas en la tentación.
El poder, el reconocimiento, la soberbia de creernos mejores… nos empujan, cada día, a caer.
Que se vean superados por la fuerza irrefrenable de Tu ejemplo.
.- que siempre nos libres de todo mal.
Así enseñó Jesús a rezar a sus discípulos. Así me enseñaste Tú a rezar, Padre.
Así quiero hacerlo esta mañana y así quiero hacerlo cada día de mi vida.
¡Buenos días!