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Publicado el 22/11/2023
Agustinos

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Texto:  Clara de Mingi
Música:  Bensoundcute

Constructores de la Ciudad de Dios

Este fin de semana del 24 al 26 de noviembre, se ha organizado desde el Secretariado de Infancia y Juventud el tradicional encuentro vocacional “Ciudad de Dios”. En él, se reúnen los jóvenes universitarios de nuestras parroquias y colegios en un retiro con un claro foco en la interioridad y buscar el camino que Dios tiene pensado para cada uno.

Implicada de una manera particular en este encuentro, siento una especial ilusión al escuchar la referencia de este famoso libro de San Agustín. Es probable que muchas de las personas que participáis activamente en esta aplicación hayáis oído hablar más de una vez de esta obra, incluso la hayáis leído, pero vamos a hacer un pequeño repaso, ya que el saber no ocupa lugar. La Ciudad de Dios hace referencia a un pueblo, que representa el cristianismo, y por tanto el terreno espiritual, distanciado de una ciudad pagana, que refleja la decadencia y el pecado. San Agustín decide escribirlo al contemplar la caída de Roma, y la entrada de los pueblos que residían fuera del imperio, y con ellos, su cultura y sus tradiciones. Por tanto, el objetivo que perseguía con este libro era abrirle los ojos a la gente y que fueran conscientes de que tenían que aliarse y construir esa Ciudad de Dios en la Tierra, sin dejarse llevar por las corrientes paganas, explicando el origen, el desarrollo y el final de ambas. “Las dos ciudades, en efecto, se encuentran mezcladas y confundidas en esta vida terrestre, hasta que las separe el juicio final. Exponer su nacimiento, su progreso y su final, es lo que voy a intentar hacer, con la ayuda del cielo y para gloria de la Ciudad de Dios, que hará vivo el resplandor de este contraste”.

Estos mismos hechos podríamos relacionarlos también con la sociedad actual. Vivimos en un mundo abocado al consumismo, a la inmediatez, a la desigualdad y desesperanza. Los mensajes de odio generados detrás de un apodo en una pantalla en las redes sociales, ningunear, denigrar a las personas, dividir y clasificar a la sociedad según el emoticono que ponga en su descripción. La ansiedad de tener todo, y tenerlo ya; la urgencia del momento. No hay más que ver las redes sociales, donde las aplicaciones nos acostumbran a pasar canciones, fotos y vídeos en apenas unos segundos, porque perdemos el interés rápidamente.

Y esto pasa mucho con Dios, que esperamos que nos dé todo ya, rápido, hecho para no tener que pensar. Y nos equivocamos. Dios tiene sus tiempos, sus plazos, quiere que vivas tu presente. No con la añoranza del pasado, no con la ansiedad del futuro, sino disfrutando cada segundo de tu vida que con tanto cariño y minuciosidad ha diseñado.

En este encuentro, una palabra clave es “vocacional”. Muchas son las catequesis en las que hemos hablado de la vocación, y siempre había una pregunta que rondaba por nuestras cabezas. Vale, muy bien, Dios llamó a esta persona a ser misionero, a esta otra para ser sacerdote, a mi tía para una vida consagrada, mis padres la vocación al matrimonio… pero ¿a mí qué? ¿Cómo sé lo que Dios espera de mí? ¿Y si me equivoco?

Acudimos al diccionario para ver lo que significa esa palabra tan complicada en algunos momentos de tu vida: VOCACIÓN. “Llamada o inspiración que una persona siente procedente de Dios para llevar una forma de vida, especialmente de carácter religioso” y también “inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo”.

Es decir, en ningún momento de la definición dice “estado de reposo de una persona esperando a que le llegue lo que tiene que hacer”. El domingo pasado veíamos en el Evangelio lo que pasaba con aquellos que no están atentos a lo que pueda pasar, esperando sin estar pendientes o preparados. La vocación es una llamada del Señor para cada uno, es un don gratuito, y a la vez un compromiso a ponerse en camino, salir, llevar el Evangelio, fuente de vida nueva y de alegría verdadera. Si no, Dios dirá como en el Evangelio “¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, al menos lo habría cobrado con los intereses”. Si al menos hubieras confiado en mí, si te hubieras dejado moldear, si pudiera haberte utilizado como un instrumento para construir mi Reino, construir la Ciudad de Dios.

Señor, hoy te pedimos por las personas que no encuentran su vocación, por los que dudan, por aquellos que sienten miedo y desesperanza por no encontrar su camino. Sabemos que allá por donde vayamos, siempre aparecerás al borde del sendero para tendernos la mano y caminar contigo. Te pedimos especialmente por los jóvenes que acuden al encuentro, para que sean fieles constructores de la Ciudad de Dios, y que lleven la alegría y la luz del Evangelio allá por donde vayan.