Texto: Santiago Alcalde, OSA
Música: Bensoundcute
Juicios inadecuados
“Las apariencias engañan”. Con esta frase, que se ha hecho proverbial, se indica que no debemos fiarnos de lo que nuestros sentidos perciben. Que hemos de ir a lo más profundo de las personas y las cosas, algo que pocas veces tenemos en cuenta. ¡Cuánto nos gusta guiarnos por las apariencias! Y así opinamos, criticamos, juzgamos, condenamos… como si fuéramos los únicos que poseen la verdad porque hemos visto, hemos oído, nos han dicho…
El juzgar a las personas y luego equivocarse, es algo desgraciadamente muy corriente en todos. ¡Cuántos errores humanos se han cometido por juzgar inadecuadamente a la gente!
Ronald Reagan, expresidente de los Estados Unidos y actor de cine, fue rechazado para el papel principal de la película titulada “The Best Man” (El mejor hombre) porque “no tenía apariencia de presidente”.
El ballet “La consagración de la primavera“, de Igor Stravinsky, que es considerada una de las obras cumbres de la música del siglo XX, cuando se estrenó en 1913 en el teatro de los Campos Elíseos de París, el público lo despreció con abucheos y atacó a los actores a naranjazos en medio del teatro.
El músico Giuseppe Verdi, el de la Traviata, el de Va pensiero, el de la Donna è mobile, suspendió en el examen de ingreso al conservatorio de música por tener una mala posición de manos al tocar el piano.
A Johann Sebastián Bach, los críticos de su época le aconsejaron que no intentara innovar en sus composiciones musicales, porque en la música ya estaba todo inventado. Bach vivió entre 1685 y 1750, antes que Mozart, Beethoven, Chopin, Tchaikowsky, Ravel, Debussy, el jazz, el rock y la música contemporánea.
La mejor forma de equivocarnos con las personas es juzgarlas por los aspectos externos. Ninguna persona encaja en los estereotipos que nos hacemos de ella. Por eso la Palabra de Dios en el libro primero de Samuel nos dice: “Dios no mira como el hombre, que se fija en la apariencia exterior; el Señor mira el corazón” (1 Sa 16,7).
Sería bueno tener la visión y sabiduría de Dios; pero como no la tenemos, seamos más prudentes sabiendo que, cuando juzgamos, nos equivocamos porque las apariencias engañan.