Texto: Pablo Tirado, OSA
Música: Acousticguitar
Mi imagen de Jesús junto a la de los otros
Hace un tiempo, conversando sobre fotografía, hablábamos sobre, cómo durante estos casi doscientos años, a través de distintas técnicas se ha tratado de inmortalizar gráficamente momentos relevantes de nuestra historia o realizar retratos a personas, escenarios y objetos. Uno de los primeros usos fue a través del daguerrotipo, en el que se obtenía una copia única de la persona y objeto representado.
No es foro este para profundizar en el mundo de la fotografía como tal, pero sí que me ha inspirado aquella conversación, la pretensión de todos los creyentes de hacernos una fotografía de Jesús, de tener incluso, como daguerrotipo antiguo, nuestra copia única de la persona de Jesús.
A este punto me preguntaba la importancia de tener esa imagen, esa foto personal que es como dar respuesta al interrogante de Jesús: ¿Vosotros quién decís que soy yo? ¡Qué importante es dar respuesta a esa pregunta! No quedarnos en afirmaciones librescas ni dogmáticas que, al final, no nos inciden en nuestro quehacer diario. En este sentido, es muy importante hacernos con esa fotografía personal de Jesús con los matices más exclusivos que nos son significativos para nuestro vivir cotidiano.
Pero también mi pensamiento ha derivado hacia el otro lado: ¿ese apropiarnos de la foto de Jesús exclusiva para mí no caerá en el rechazo de “otros Jesús”? Cada día, el Evangelio nos presenta a Jesús como Maestro, otro como Eucaristía, el día siguiente como el Hijo del Hombre…y tantos y tantos matices que los evangelistas expresan, así como nosotros percibimos.
Y es que hay tantas fotos de Jesús que debemos escapar de 2 posiciones que nos impidan vivir lo más plenamente el Evangelio. Una, renunciar a hacer nuestro retrato de Jesucristo, “comprando” lo que otros dibujen de él, sin que nos aporte una policromía moral personal; pero tan peligroso sería lo contrario: hacer nuestra foto personal con los atributos más significativos, sin tener en cuenta el sinfín de reproducciones ajenas que ayudan a vivir al resto de los creyentes.
Ojalá en la comunidad eclesial supiéramos vivir como en un museo en el que la riqueza del conjunto proviene de la suma de las individualidades, de modo que aprendiéramos a captar la diversidad de las experiencias de cada creyente.