Texto: Aurora Sanz
Música: Bensoundcute
Buenos días:
El evangelio de hoy es bastante llamativo y hasta un poco peliculero. Habla de posesiones, piaras de cerdos que se tiran por un acantilado… y tras una primera lectura parece complicado encontrar paralelismos con nuestra sociedad actual y nuestro día a día. Dándole otra vuelta, el hombre poseído por los demonios puede parecerse a tantas personas que hoy viven "encadenadas", aprisionadas por la ansiedad, el estrés, la depresión, las adicciones digitales, el consumismo desenfrenado o la soledad. Son las "cadenas invisibles" de nuestro tiempo.
Me resulta particularmente significativo que este hombre viviera entre sepulcros, alejado de su comunidad y autolesionándose. Hoy, muchas personas viven en un aislamiento similar, aunque físicamente estén rodeadas de gente. Pueden tener miles de seguidores en redes sociales, pero sufren una profunda soledad. Se "golpean con piedras" a través de la autocrítica constante, el perfeccionismo extremo, el consumismo sin medida o incluso conductas autodestructivas con una visión miope de la vida. Es así, hay tantas personas que hoy viven aisladas, sufriendo en silencio y viviendo en piloto automático en realidades impuestas desde el exterior. Las redes sociales pueden ser nuestros modernos sepulcros, lugares donde muchas veces vagamos sin rumbo, desconectados de la realidad y de los demás. Miramos la pantalla, pero no a la persona que pasa por nuestro lado.
¿No es chocante también la reacción de la comunidad tras la sanación: con miedo y pidiendo a Jesús que se marche? Resulta que Él ha hecho un claro milagro de forma desinteresada y aún así, siendo bueno todo, le piden que se vaya. En realidad, a veces preferimos vivir anestesiados, dentro del grupo. E incluso cuando alguien intenta ayudarnos a liberarnos de nuestras ataduras - sean malos hábitos o comportamientos - a menudo preferimos mantener el status quo. El cambio da miedo, incluso cuando es para mejor. A menudo preferimos permanecer en nuestra zona de confort, aunque nos haga daño, que enfrentarnos al cambio y a la transformación que Dios nos propone.
Aunque la mayoría reaccionara mal tras el milagro, es esperanzador que al menos el hombre sanado se convirtiera y compartiera su experiencia siendo ¡testigo de la esperanza! Porque si levantamos la vista hacia el otro y salimos de nuestra individualidad, todos podemos ser instrumentos de sanación para el prójimo. La verdadera fe se vive en comunidad, y saliendo de nuestra zona de confort ayudamos a los demás, y lo más importante, nos ayudamos a nosotros mismos.