Texto: Aurora Sanz
Música: Bensoundcute
Cristo vive
Ha pasado ya una semana desde el fallecimiento del Papa Francisco, el lunes de Pascua, a las pocas horas de su bendición Urbi et Orbe del domingo de Pascua de Resurrección, que realizó a pesar de su débil estado de salud, con la entrega que siempre le ha caracterizado. A raíz de este hecho histórico, me gustaría compartir con vosotros varios pensamientos que he tenido durante estos días:
Resulta imposible para ninguno de nosotros ignorar el impacto global que ha tenido su partida. No existe en nuestro mundo contemporáneo otra figura capaz de generar tal nivel de atención mediática y social. Informativos completos dedicados a la noticia, innumerables artículos, conversaciones incesantes en redes sociales, nuevos materiales hechos con IA, programas especiales, documentales y entrevistas han inundado todos los espacios de comunicación. Ríos de tinta (física y virtual) que mayoritariamente se han dirigido a ensalzar su figura y su encomiable labor. Esto no quiere decir por supuesto que no tuviera detractores, pero lo que está claro es que a ninguno ha dejado indiferente.
Esta repercusión trasciende lo meramente religioso, abarcando dimensiones culturales, políticas e institucionales, como demuestra el listado de invitados a su funeral. Insisto en que no veo otra figura que no sea el Papa de Roma capaz de atraer simultáneamente y a un mismo lugar a tantas personalidades. Sin contar por supuesto a los miles y miles de personas que se han acercado a la Basílica de San Pedro a darle un último adiós en persona y a los millones que rezamos por él desde nuestro día a día en todos los rincones del planeta. Siempre ha pedido que rezásemos por él en vida, y ahora que ya no está con nosotros, lo seguimos haciendo. En el centro de todo este fenómeno encontramos una verdad innegable: la relevancia de Jesucristo más de dos milenios después de su muerte y resurrección. No existe figura comparable cuya influencia haya perdurado con tal intensidad a través de los siglos.
En la Vigilia Pascual, donde los fieles encendemos nuestras velas a partir del Cirio Pascual, la luz se propaga de manera exponencial entre los asistentes. Este ritual simboliza perfectamente la misión del cristiano: ser portador de esa luz y extenderla mediante su testimonio y su fe por todo el mundo. Creo que la partida del Papa Francisco ha hecho ver que hay mucha más luz en el mundo de la que algunos quisieran que hubiera. Esta luz es capaz de acabar con las tinieblas de nuestro mundo, aunque requiere trabajo, oración, constancia y entrega de cada uno de nosotros en nuestro día a día.
También estos días he recordado con emoción la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, donde tuve el privilegio de ver (muy a lo lejos, eso sí) al Papa Francisco durante la vigilia. Un evento conmovedor donde millones de jóvenes (y no tan jóvenes) procedentes de cada rincón del planeta nos reunimos movidos por la fe. Ese encuentro demostró que, contrariamente a lo que algunos afirman, la fe católica sigue calando entre las nuevas generaciones. Seguro que este verano en Roma, en la nueva JMJ, con un nuevo Papa, este espíritu seguirá vivo.
Por último, frente a la crisis religiosa en parte de nuestra sociedad y los ataques que frecuentemente sufrimos los católicos, tras toda la atención acaparada por la Iglesia católica estos días me viene a la cabeza aquella frase (erróneamente atribuida al Quijote): "Ladran, luego cabalgamos". Independientemente de quién sea elegido como nuevo Papa, la Iglesia Católica demuestra una gran vitalidad. Cristo vive, y es una luz que no se apaga.
Muy buenos días.