Por sus frutos les conoceréis

Publicado el 07/07/2025
Agustinos

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Texto: Santiasgo Alcalde, OSA
Música: Bensoundcute

Apariencias

El refranero popular está lleno de sentencias que nos previenen para no ser demasiado crédulos y juzgar precipitadamente. “Cobra buena fama y échate a dormir;
cóbrala mala y échate a temblar”. “Cría buena fama y échate en la cama”. “No es oro todo lo que reluce, ni harina lo que blanquea”. “A mucha cortesía, mayor cuidado”. “Las apariencias engañan”.
El león, desde tiempos antiguos, ha sido y sigue siendo símbolo de valentía y nobleza. Es “el rey de la creación”. Aparece en los himnos; flamea en las banderas;
destaca en los escudos; custodia castillos y ciudades. La hiena, por el contrario, es símbolo de cobardía y crueldad. Este animal ni vibra, ni flamea, ni destaca, ni custodia nada. El león da nombre a reyes y plebeyos; pero, que yo sepa, nadie se ha llamado o se llama hiena, a no ser como insulto. El león es un mamífero carnívoro de la familia de los félidos. El macho se dedica a rugir y descansar. Sus hembras se ocupan de cazar, mientras él espera. Cuando la comida está lista, el macho se sirve el primero. De lo que sobra, comen las hembras. Y al final, si algo queda, comen los cachorros; y si no queda nada, otra vez será.
La hiena, aunque es también un mamífero carnívoro, lo es de la familia de los hiénidos y tiene costumbres opuestas. Es el macho quien trae la comida a toda la familia
y él come el último, después que han comido sus cachorros y sus hembras. ¿No te parece curioso que, para elogiar a una persona, la decimos: “Eres un
león”; y para insultar a una persona la decimos: “Eres una hiena”? ¿Por qué será que el león, cuando ve a un hombre, le ruge amenazadoramente; en cambio la hiena se ríe?
Bien y mal están mezclados en la naturaleza y en el ser de cada persona. Quien no sabe ver esto, seguro que a los que le caen bien les llama “leones”; y a los que le
caen mal “hienas”. Y, por supuesto, él se coloca entre los leones y jamás entre las hienas. Jesús, que conocía mejor que nadie el corazón humano sabiamente decía a sus discípulos: “Por sus frutos les conoceréis” (Mt 17,16). Luego, les invitaba a dar buenos frutos y no palabras vacías y, con frecuencia, mentirosas.