Pobre de mí... Solo un ratito

Publicado el 14/07/2025
Agustinos


Texto: Quique Infante
Música: Bensoundcute

Ya falta menos para estar mejor

En Pamplona, esa ciudad que durante una semana al año se convierte en la capital del mundo, hay una tradición curiosamente melancólica. El 14 de julio, cuando el último toro ya ha doblado en la plaza, miles de personas se reúnen en la Plaza del Ayuntamiento para cantar una canción tristona llamada “Pobre de mí”. Y no, no es porque se acabaron los pinchos o el pacharán -aunque eso también duela-, sino porque llegan a su fin las mejores fiestas del mundo, las de San Fermín, esa explosión de alegría, emoción, y algún que otro exceso.

Pero lo más curioso no es la tristeza en sí, sino lo que pasa justo después. Porque apenas terminan de secarse las lágrimas los pamploneses (o el sudor, que en esas fechas no se distingue mucho), se empieza a cantar con fuerza: “¡Ya falta menos para San Fermín!”. O sea, que del drama pasamos a la esperanza en menos tiempo del que tarda un corredor en arrepentirse de estar en el encierro por la mañana. Una montaña rusa emocional propia de llevar tantos días de fiesta.

Y esta tradición, aunque parezca sacada de una jota triste, tiene una lección muy aprovechable para un cristiano. Porque al igual que los pamplonicas lloran el fin de la fiesta pero ya sueñan con la siguiente, un cristiano, cuando mete la pata -algo que es más frecuente que el final de los Sanfermines-, también se entristece. Se da cuenta de que ha fallado, de que ha tropezado en su camino hacia Dios. Y eso, como el final de San Fermín, da bajón.

Pero no se debe quedar ahí, no seguir llorando con el “pobre de mí” como si fuera el final del mundo. Porque enseguida llega la otra parte: la esperanza. Ese “¡ya falta menos para estar bien con Dios!”. ¡Claro que sí! Porque con un poco de esfuerzo, arrepentimiento sincero, propósito y, por supuesto, la ayuda “de arriba”, uno vuelve a estar en paz con Dios. Y si se tropieza otra vez, pues se levanta otra vez, como el que se cae en el encierro y aun así vuelve a plantarse en la Estafeta a la mañana siguiente. Así, el cristiano puede levantarse, acudir a la penitencia y volver a atarse fuerte las zapatillas para el siguiente encierro de la vida.

Así que ya sabes: cuando la líes (porque todos la liamos de vez en cuando), canta tu “pobre de mí” con humildad, reconoce tu metida de pata... ¡pero no te quedes ahí! Ponte brazos en jarras, afina bien y canta con alegría ese “ya falta menos”. Porque Dios es ese padre que te espera amoroso al final del recorrido con un abrazo... y probablemente con unas buenas magras con tomate de almuercico.