Sentirme querido
“¡Cuidado no nos acontezca esa ignorancia rayana en la demencia, no infrecuente, por cierto, en esta nuestra mísera condición, que llega a tomar un enemigo por amigo y viceversa! ¿Qué consuelo nos queda en una sociedad humana como ésta, plagada de errores y de penalidades, sino la lealtad no fingida y el mutuo afecto de los buenos y auténticos amigos?” (La Ciudad de Dios, XIX, 8).
Qué alegría, qué emoción tan profunda
vivir sintiéndome querido,
sabiendo que alguien que está lejos
me recuerda,
me habla para darme algún consejo
porque entiende que es el modo
de expresar sus mejores sentimientos.
Quien me quiere no es espejo refractario
ni címbalo sonoro que lanza el sonido al viento.
Quienes me estiman y aprecian
son los ojos con que veo,
labios con los que digo
vocablos de afecto,
confesores personales
con quienes me sincero.
Sana alegría siento,
alegría inocente, cual de niño,
cuando entorno mi pupila,
cuando al ruido cierro el oído,
cuando entro dentro de mí
y me veo estimado,
-aunque sea sin halagos-
respetado, sin temores ni miedos:
sabedor de que -aunque lejos- tengo amigos.
Nazario Lucas Alonso