Si me diste, Señor
“Es cierto que en modo alguno podemos darle las debidas gracias por el ser, por la vida, por el cielo y la tierra que vemos, por la inteligencia y razón que tenemos, con la cual podemos buscar al mismo que creó todo esto. Sin embargo, en modo alguno nos abandonó cargados y abrumados de pecados, apartados de la contemplación de su luz, deslumbrados por el amor de las tinieblas, esto es, de la iniquidad. Nos envió su Verbo, su único Hijo…”. (La Ciudad de Dios, XXII, 30, 5).
Gracias, Señor, por la cumbre altanera,
por el musgo del muro y la semilla
del trigo candeal, por la neguilla
y el ácido sabor de la acedera.
Gracias da el cuco en feliz primavera
al ritmo del cantar de la abubilla;
gracias da en el altar la lamparilla
consumiendo la esencia de la cera.
Muchas gracias, Señor, por tus favores,
por los sueños y el corazón colmado
de verdes esperanzas y mesura,
por momentos de gozo y de dolores
que en mi frágil persona han cohabitado.
¡Gracias, ¿cómo no?, por mi edad madura!
Nazario Lucas Alonso