Peregrinos de esperanza
Tiempo de verano y tiempo de vacaciones. En el peregrinar de la vida encontramos montes y valles, desiertos y fuentes, estepas y bosques. Las vacaciones se nos ofrecen como un alto en el camino que podemos utilizar para otras actividades fuera de las rutinarias y también para tener un sosiego en el cual podamos hacer evaluación de nuestra vida.
En este tiempo dejémonos interpelar por san Agustín cuando invita a entrar dentro de nosotros, a conocer nuestro corazón como peregrinos de este mundo: “Grande es esta energía de la memoria, grande sobremanera, Dios mío. Santuario amplio y sin fronteras. ¿Quién ha llegado a su fondo? Pero, con ser esta energía propia de mi alma y pertenecer a mi naturaleza, no soy yo capaz de abarcar totalmente lo que soy. De donde se sigue que es angosta el alma para contenerse a sí misma. Pero ¿dónde puede estar lo que de sí misma no cabe en ella? ¿Acaso fuera de ella y no en ella? ¿Cómo es, pues, que no se puede abarcar? Mucha admiración me causa esto y me llena de estupor. Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos, ni se admiran de que todas estas cosas, que al nombrarlas no las veo con los ojos, no podría nombrarlas si interiormente no viese en mi memoria los montes, y las olas, y los ríos, y los astros, percibidos ocularmente, y el océano, sólo creído; con dimensiones tan grandes como si las viese fuera. Y, sin embargo, no es que haya absorbido tales cosas al verlas con los ojos del cuerpo, ni que ellas se hallen dentro de mí, sino sus imágenes. Lo único que sé es por qué sentido del cuerpo he recibido la impresión de cada una de ellas.” (Confesiones, X, 8, 15).
El autoconocimiento al cual nos invita no tiene como finalidad contentarnos en nosotros mismos, sino que sería un primer paso en el conocimiento de Dios presente en nuestro corazón: “Grande es la energía de la memoria y algo que me causa horror, Dios mío: multiplicidad infinita y profunda. Y esto es el alma y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Qué naturaleza soy? Vida varia y multiforme y sobremanera inmensa. Vedme aquí en los campos y antros e innumerables cavernas de mi memoria, llenas innumerablemente de géneros innumerables de cosas, ya por sus imágenes, como las de todos los cuerpos; ya por presencia, como las de las artes; ya por no sé qué nociones o notaciones, como las de los afectos del alma, las cuales, aunque el alma no las padezca, las tiene la memoria, por estar en el alma cuanto está en la memoria. Por todas estas cosas discurro y vuelo de aquí para allá y penetro cuando puedo, sin que dé con el fin en ninguna parte. ¡Tanta es la virtud de la memoria, tanta es la virtud de la vida en un hombre que vive mortalmente! ¿Qué haré, pues, oh tú, vida mía verdadera, Dios mío? ¿Trascenderé también esta energía mía que se llama memoria? ¿La trascenderé para llegar a ti, luz dulcísima? ¿Qué dices? He aquí que ascendiendo por el alma hacia ti, que estás encima de mí, trascenderé también esta facultad mía que se llama memoria, queriendo tocarte por donde puedes ser tocado y adherirme a ti por donde puedes ser adherido. Porque también las bestias y las aves tienen memoria, puesto que de otro modo no volverían a sus madrigueras y nidos, ni harían otras muchas cosas a las que se acostumbran, pues ni aun acostumbrarse pudieran a ninguna si no fuera por la memoria. Trascenderé, pues, aun la memoria para llegar a aquel que me separó de los cuadrúpedos y me hizo más sabio que las aves del cielo; trascenderé, sí, la memoria. Pero ¿dónde te encontraré, ¡oh, tú, verdaderamente bueno y suavidad segura!, dónde te encontraré? Porque si te hallo fuera de mi memoria, olvidado me he de ti, y si no me acuerdo de ti, ¿cómo ya te podré encontrar? (Confesiones, X, 17, 26).
En nuestra peregrinación hacia Dios debemos ayudarnos de la inteligencia y de la razón, pero sin olvidar que a Dios solo le encontraremos por el amor: “No envidiemos, por tanto, cualquier objeto inferior a lo que somos nosotros, y entre los que nos son inferiores y los que están por encima de nosotros, pongámonos personalmente en nuestro propio rango con la ayuda del Dios y Señor nuestro, para que no tropecemos en los inferiores y nos deleitemos en sólo los superiores. Porque el placer es como el peso del alma. El placer, por tanto, orienta al alma: Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón3; donde está el placer, allí también está el tesoro, y donde está el corazón, allí la felicidad o la desgracia.” (La música, VI, 11, 29).
Dediquemos tiempo de nuestro descanso a buscar y amar a Dios en nuestro interior para que podamos decir con Agustín: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían alejado de ti aquellas realidades que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz. (Confesiones, X, 27, 38).
Te deseo una feliz y exitosa peregrinación veraniega.
P. Pedro Luis Morais Antón.
Agustino.