Miércoles IX Tiempo Ordinario

Escrito el 02/06/2021
Agustinos


Música:  Renaissance. Audionautix
 

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, que se case con la viuda y dé descendencia a su hermano".
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y resuciten ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les respondió:
«¿No estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo.
Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».



Eternidad

Aquel planteamiento, un tanto capcioso, de los saduceos a Jesús nos trae a nosotros en el evangelio la posibilidad de escuchar al Señor revelándonos que Dios es vida y que nosotros, porque somos de Dios, estamos destinados a esa vida: la eterna, la que no termina, la plena; nueva, distinta y verdadera… De la que no sabemos casi nada. Sí, porque Jesús nos lo hace saber, que será vida en Dios.

Creer en la vida eterna como lo que corresponde al plan primigenio de Dios para el ser humano, creer en cuanto convicción incorporada a la forma de entendernos, de entender el mundo, el tiempo y el mismo Dios, también como meta y esperanza, ilumina mi vida de ahora porque me permite incorporar a lo que vivo, pienso, hago, la óptica de Dios… Y desde la óptica de Dios – Dios de vivos, no de muertos – cada acontecimiento, cada experiencia se contrasta con esa perspectiva divina – la única desde la que se vislumbra la verdad de las cosas - adquiriendo su auténtico valor.  Creer en la vida eterna, no como posibilidad teórica sino como verdad regalada, recoloca el horizonte del hombre, mi horizonte, y abre ante mí caminos nuevos para esta vida de ahora: mis decisiones, la manera de relacionarme con los demás, mis sueños tienen otra trascendencia… mejor dicho: tienen trascendencia; más allá de este tiempo y este mundo. Un criterio muy potente de convresión.