Miércoles XVII del Tiempo Ordinario

Escrito el 28/07/2021
Agustinos


Música: Renaissance, Audionautix

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra».


El tesoro y la perla

Tesoros y perlas finas. A eso se parece, nos die hoy Jesús, el reino de los cielos. No porque brille mucho – otras parábolas lo desmentirían -, pero sí por su gran valor. Pero es un valor que tiene algunas curiosidades que resultan ser esenciales, definitorias; quizás no para entenderlo, pero sí para vivirlo: para vivir el reino de Dios.

La primera: el tesoro y la perla a los que se parece, están escondidos. Vamos, que no todo el mundo se da cuenta así, a la primera, del grandísimo valor del reino. Quizás precisamente porque no brilla mucho. Hay que encontrarlo, hay que descubrirlo. Y me parece que no en el sentido de esfuerzo, sino en el sentido de don de regalo. ¡Me lo encontré!

Segunda: resulta que acoger ese don - el reino-, disfrutarlo es incompatible con otros valores. No te lo puedes llevar, vivir, sino vendes TODO lo que tienes; si no te desprendes de tus otros valores. Es el precio que tiene el campo del tesoro y la perla preciosa. Si otros tesoros y perlas llenan tu vida, el reino no cabe. Seguirá escondido.

Tercera: “rascarse la cartera” en este caso, desprenderse de todo… “vender” todo se hace con alegría; llenos de alegría. No se accede al reino lamentado dejar lo que no lo es.

Hoy me puedo preguntar: ¿He encontrado yo el reino? ¿Qué he vendido o estoy vendiendo? Y ¿cómo lo vivo? ¿Con alegría o con lamento?